Yo te he visto con estos ojos cansados en tantas camas vacías, en tantos aires oxidados que emergen del pasado.
Yo te visto, y no te conozco, pero solo quiero quedarme con tu risa... con tu lengua, con ese diente amarillo que brilla bajo el sol, con un pedacito de ti en el bolsillo derecho. Que raras son las cosas, los signos que recorren el mundo, el sonido del zapato mojado que pisa la lluvia, las luces de la calles viscosas que emergen ante mí. Extraño es que tú hayas aparecido, precisamente en este instante en el que necesitaba algo... alguien en que creer. Tristes, rotos, mis pasos me llevan al borde la de la vereda, al confín de los dedos que buscan subir por tu piel y te tocan, te desmenuzan, te destruyen para luego hacerte míos. Raras son también las palabras que no pueden salir de la boca en este silencio que gime por mi garganta mientras me consume la furia de no tenerte, de no tenerme, de ser un punto en las hojas manchadas por tu aliento. Y es que todo se consume en esta vorágine perpetua a la que llamamos vida (O muerte, o principio), el brazo rasgado que cuelga sobre la piel. Te apoyas en mi hombro y tiemblo despacio, y mientras tiritamos en este frío blanco y raudo... siento que te veo por vez primera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario