Echado en su cama se preguntaba si el dolor acabaría, y si es que lo hiciese alguna vez, que debería sentir. ¿Qué vendría después de eso? Ni dos, ni tres, ni nada. Las emociones subían y bajaban en un estado perplejo, mientras el movimiento allá afuera le hacía recordar a una canción que su madre entonaba cuando era pequeño. La soledad en esta habitación vacía, llena de revistas y periódicos viejos, de pinturas que han visto reír y llorar a tantas generaciones. Y afuera, allá, a un paso de la ventana, la realidad asomaba triunfante. Que dispareja realidad la que lo rodeaba, la que lo invitaba a saltar de vez en cuando para no sentirse un cuerpo muerto. ¿Y qué es la carne,al fin y al cabo, cuando el alma se ha escondido en el rincón de lo intangible, allá donde la mano no alcanza y se tuerce putrefacta ante sus ojos?
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