Hoy me desperté en
una cama ajena, pero todo me resultó tan familiar. ¿Será acaso que ya no
pertenezco a ningún sitio? Últimamente siento que he perdido mi espacio, mi
punto de partida, el metro cuadrado del señor de la esquina. Todo es tan
temporal que dudo si realmente existo o si soy tan solo un producto de la
imaginación de un hombre masturbándose mientras ve Plaza Sésamo.
El ascensor me
baja y me arroja en un intento desesperado por liberarse de aquel peso pesado
que no deja de mirarse en el espejo. Mi pie derecho se mueve y yo con él, me
despido del señor que está sentado en una silla vieja, leyendo el periódico que
hoy no se me antoja comprar. ¿Sabe cómo llego a Salaverry? le pregunto, y me
lanzo a la calle.
Sonidos de
construcciones que no quiero oír, algún día viviré en Magdalena. Ningún taxi me
quiere llevar, mejor Señor la verdad no tengo dinero. Tampoco documentos, ni
celular. Este sería el mejor momento para secuestrarme, nadie se enteraría,
nadie me espera en casa. Yo pertenezco a la calle, a los baches de la pista que
los carros serpentean, al aroma a playa que flamea en las cocinas, a esa niebla
hermosa que me traga a cada paso.
Mi cuerpo voltea a
la derecha, sigue caminando y se siente vivo en esa tierra mía. Antojos en el
grifo de la esquina, un olor a gasolina que siempre me gustó cuando íbamos a la
playa. Ayer alguien preparó sopa Ajinomen, ayer algo de atún con galletas.
¿Tendrán leche chocolatada con cañita rebelde? ¿Estará helada? No, no, mejor
no. Debo comprar leche antes de que se acabe.
La niebla me
absorbe y las cuadras se hacen infinitas. Camino por Rio de Janeiro hasta
llegar a Nicaragua. La residencial San Felipe es tan hermosa, como un muerto
embalsamado en la urbanidad, cómo esa noche dónde orinaste al pie de las escaleras.
Unas señoras se asoman desde el balcón. ¿Nos ves? Estamos moviendo las manos.
Sí, aquí arriba, ahí el edificio marrón. Un par de atisbos
de silbidos acompañan a mis oídos a través de las cuadras. Si me vas
a silbar, sílbame bien pues huevón. El morbo, el quiero pero no tanto.
Me pregunto si los
que viven arriba de Metro escucharán las ofertas todas las noches. Qué bonito
vivir en 2x1, en descuentos de pescado cuando yo sólo comeré atún. Cruzo la
pista, la gente se mueve despacio, necesito ir al baño pero tengo esperanza de
que me llamen temprano. A falta de celular, el teléfono fijo siempre puede
sonar. Me subo adelante como siempre y no puedo evitar una gran sonrisa.
¿Habrás guardado tu fotocheck desde ese día? ¿Te intimidaron mis ojos durante el
camino? La misma camisa, el mismo pantalón, los mismos botones que te amarran
al cansancio, las mismas ojeras de un lunes por la mañana. Miguel Ángel, nos
volvemos a ver. He encontrado al fin mi lugar. No necesito que te acuerdes de
mí, yo soy feliz viéndote vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario