Siempre traías sueños bajo el brazo, como fajos de períodicos añejos e inservibles.
Te miraba y me reía burlonamente en tu cara, me encargaba de romper tu mundo en mil y un fragmentos y te abandonaba en la búsqueda de los vestigios de una ilusión, tu movías una ficha y yo en vano movía otra, te cortaba la jugada, te cortaba cada salida inesperada de vivir.
Nunca escapabas, solo mirabas como un niño aturdido y te refugiabas en mis brazos, yo te daba calor, ese calor que quien sabe como o porque nos unía uno al otro, sin dejarnos desistir.
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