sábado, 28 de abril de 2012

Caracol sin cólera

Es la necesidad de dejar un par de palabras que queden quizás en la memorias o tal vez perdidas en entradas antiguas las que me motivan a escribir antes de tomar otro libro. Tanto tiempo en mi estante y tantos intentos fallidos que no hicieron más que aumentar una empolvada postergación de casi dos años pero al fin me animé a leerte.

Y así mientras un paisaje monótono lleno de verde y gris aparecía en mi mente, te recorrí línea por línea.

Tus libros nunca me han decepcionado Gabo (para mí eres un amigo en la imaginación) y esta no fue la excepción.

El amor en los tiempos del cólera tiene un poco de todo, tu pluma mágica sabe plasmar la palabra precisa en el lugar correcto y atisba en el lector tantas emociones juntas y revueltas que a veces es difícil diferenciar la ficción de lo real. Florentino Ariza, muy sufrido para mi gusto, se encadena en una lucha interna que le costó más de medio siglo de vida en busca del amor o al menos reconocimiento de Fermina Daza. El idilio amoroso entre ambos jóvenes siendo esta aún una niña bañada en un uniforme escolar adornado de trenzas que leía la Biblia junto a su tía Escolática y él un sombrío joven que encendía las noches con las voces de su violin y su levita negra, nació para morir tempranamente pero lo suficiente para avivar en lo más hondo una pasión inigualable e impasible.

El amor que cosechó con tanto esmero y en secreto Florentino lo marcó durante toda la vida. Jamás rompió su fidelidad hacía Fermina (Por más inalcanzable que fuera) y aunque a pesar de los rumores contó con la compañía de numerosas damas (Leona, la viuda de Nazaret, Ángela Vicuña) nunca se comprometió a pleno con ninguna de ellas, nunca dio todo de sí pues reservó lo mejor de sus días a un romance impedido y ciertamente utópico. No obstante y pese a ello siguió fiel a su lucha y se entregó al trabajo para despertar caridad o si quiera una mirada afín. Ya sea como asistente, pasando a contador y finalmente director general de la compañía fluvial del Caribe, lo cierto es que fue constante y aún cuando esta en la completa viudez lo ignoraba y repudiaba, él nunca bajó la cabeza y logró de a pocos, entre tazas de té con cucharadas enzucaradas y cartas, iniciar una dependencia inquebrantable, una necesidad de aliento.

En definitiva, la relación entre el excelentísimo doctor Juvenal Urbino, dueño de títulos y estudios muylargosdenombrar y la amaba de Florentino sobrevivió a las adversidades más por costumbre que quizás por verdadero amor. La comodidad social convertida en una relación ejemplar, dedicación constante y una reputación intachable los convirtieron en embajadores y fundadores de cuanto evento e iniciativa. El resplandor y energía que emanaban les valieron la admiración plena de todos los ciudadanos, nacionales y extranjeros. Pero lo cierto es que en lo más hondo el amor se esconde y florece cual primavera, cuando uno menos se lo espera y ante corrientes que muchas veces se nos imponen. Y mientras el río corre, es izada la bandera de cuarentena, de resguardo y puertas cerradas bajo la penumbra de las últimas gotas de oscuridad donde el amor nace, renace y tintinea en la estrella más lejana.

Dos manos entrelazadas vencidas por las arrugas del tiempo, hueso con hueso y carne viva en un amor que siendo viejo aún aprende a caminar. Una respiración que marca el tiempo y se aviva orgasmicamente en una vida plena pues aunque son muchos los intentos de aplacar el sabor del amor oculto, son en esos pequeños e insignificantes instantes donde se define el destino.

La perseverancia espera y en ella la lucha del hombre se funde en una última e icónica sonrisa.

Pocas palabras y un gran sentimiento se van un pañuelo de ventanas y rollos de cámara.