martes, 25 de noviembre de 2014

Té con kión

Es hora de tomar té con kión junto Alicia en el país de las maravillas y el conejo, pero prometo que este se quedará en la mesa y no sobre la mesa. Vivirá y tendrá un reloj al que no sabrá darle la hora y un atuendo que sólo usará los martes por la tarde, porque la pizza viene en dos por uno. Es curioso cuando las cuerdas del reloj parecen estrangularte despacio, como la corbata que youtube no te enseñó a anudar. Te pegan contra la pared y te recuerdan que existe un techo, un piso, un lugar donde poner tus dos piernas que caen como bolsas de arroz bajo tu cuerpo. No eres un maki pero pareces uno, te gusta el invierno pero piensas en verano y todo se desvanece de nuevo.

Aprendí a ser formal y cortés. Cortándome el pelo una vez por mes. Y se me aplazó la formalidad, es que nunca me gustó la sociedad.

Entonces piensas si es hora de despertar o seguir viviendo los sueños que inventas ilusamente con las crayolas del tercer cajón, si la almohada de plumas de ganso dorado que compró Mamá Marcia en Wong vale o no la pena o si asomarte a la ventana y ver el malecón sirve de algo más que llorar.  Pero acá no hay neblina, ni malecón, ni historias tristes, ni noches con vasos de ron para ver el amanecer. Igual me gustaría inclinarme por lo segundo. Sentir la neblina en la cara como si alguien te soplara desde el otro lado (O al otro lado del río o Bran Stark en Queenscrown) Tenerte tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de mí. Sentir tu respiración pero no sentirte, tocar mi cuerpo vacío, caminar en la neblina hasta perder la noción de lo que soy, lo que me conforma. Así es cuando la distancia se interpone, así es cuando tú escapas de mi vista y el juego pierde al oponente y confesor.

Yo era un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar. Pagué todas mis deudas, pagué mi oportunidad de amar. Mientras me quede aire, calor nunca te va a faltar. 

La mierda se esconde debajo de la almohada como un niño que cree tener un diente de leche cuando sólo tiene caries. El Ratón Pérez era capitalista. Mi dentista dice que tengo una dentadura perfecta, yo le creo mientras me siga dando caramelos de limón con sal. Se queda ahí bajo tus sueños y sabes que apesta, pero no tienes como alcanzarla o sacarla ahí para que no interrumpa el sueño. Te pudres con ella y así conservas a tus demonios o los demonios se quedan contigo. Conversaciones nocturnas en la imaginación de los ositos sin relleno. Viento del sur, oh lluvia de abril. Quiero saber dónde debo ir. Volteas a la derecha, a la izquierda, te sacas el polo para limpiarte el sudor que corre limpio por tu espalda, te quedas desnuda en posición fetal. La oscuridad no te habla y te tiene tendida en una esquina como un animal muerto, como una piel de esas que sueles poner en la casa para ganar estatus social. Aplacar lo oscuro mientras sientes como algo o alguien te jala la oreja derecha que no limpiaste bien en la mañana. La caca, la suciedad, el remordimiento, los sueños, la piel, el pensar dos veces o el no pensar las cosas que haces. Arriesga, despierta, duerme pero no calles. El té se enfrió en la mesa de noche y la noche a ti te heló el alma.

Por eso siempre pido iced tea. 


domingo, 16 de noviembre de 2014

La PUCP


He intentado escribir en los últimos meses sin encontrar algo que realmente termine por convencerme. Tengo quizás diez entradas sin publicar y así estarán, hasta que algo en mi corazón se active y me lleve a esa desenfrenada obsesión que tengo por escribir en la servilleta, en la esquina del libro recién comprado, en la zapatilla, en la mano, en cualquier superficie disponible. 

El primer día que llegué a la universidad, como muchos, no tenía amigos. Ya incluso en diciembre, Bertha sostuvo que los venados eran mis mejores amigos #ForeverAlone. Mi relación con la PUCP había sido corta. Fui una vez en mi visita con el colegio, un par más para la presentación de bandas escolares en el polideportivo, una con Rodrigo Santos para tomarme la foto con el TI en la que descubrimos la capacidad de la S para producir nauseas y una última para mi bienvenida de cachimbos, donde tuve la oportunidad de conocer mejor a Ber. 

Por cosas de la vida, tuve la genial idea de hacer Bachillerato. Así que a diferencia de muchos, ninguno de mis salones tenía cachimbos. Pronto descubriría que eso impactaría en mi "T" y que todos estaban más avanzados que yo. Mi primera clase fue "Fe y cultura actual" con el Gallegos en el L-220. Llegué super asustada, me senté en la quinta fila y le pregunté al chico del frente mío tres veces si esa era la clase correcta. Asumo que entendió que era cachimba porque después se volteó y me quedé sola, haciendo mi crucigrama. 

La clase fue entretenida y bastaron un par más para hacer mis primeros amigos. Mi gran amigo Marco que hoy ya casi termina sociología; Renato a quien de vez en cuando me encuentro y siempre me provoca una sonrisa y Gabriela, que siempre resolvieron mis dudas de cachimba pérdida. Luego de ello, entré a Argumentación con Del Valle. Ese curso lo llevaba con alguna gente de mi promo así que no sufrí mayor problema. Me acuerdo claramente que Viviana me dijo que había conocido a una amiga de IB que iba a Ciencia Política. Su nombre era María Gracia y tardaron tres años para que se convierta en una de mis mejores amigas. Al finalizar la clase nos dijeron que teníamos que sacar copias. Hicimos cola de media hora, preguntamos y nos perdimos en el desorden de grapas y papeles hasta que poco a poco fuimos entendiendo esos detalles de la vida universitaria. Mis cursos ese ciclo incluyeron también Argumentación con Del Valle, Realidad Social Peruana con Nelson Manrique, Lógica con Diógenes Rosales y Comunicación Social con Gargurevich. 

El resto de mi semana transcurrió tranquila. Un día hice una siesta de tres horas esperando mi primera práctica de lógica con Luz, el mundo se olvidó de decirme que la primera semana no había prácticas. Otro día intenté comprar un básico. Por las huevas, aún no tenía TI. La segunda semana fue un poco más sencilla, conocí algo más a mi T y aunque no llevaba ninguna clase con ellos, intenté hacer un esfuerzo por integrarme. De más está decir que tema de conversación no tenía y que la primera pregunta que me hacían era ¿Y por qué estás en nuestra T? Un par de semanas más y ya almorzaba con Jimena, Sofia y Valeria en el Dolphin Snack de Ingeniería en donde la milanesa con ensalada era un clásico. Una más y ya hablábamos sobre algunas cosas de nuestras vidas. El ciclo se encargó de enseñarme que había un elemento de mi T que aún no había considerado lo suficiente: Josemanuel Ramirez Rojas, más conocido como el prostático. 

Tengo mucho que agradecerle a ese csm porque me permitió conocer a gente maravillosa y con los que al menos por dos años, me mantuve muy unida. Y a los que hasta ahora, me atrevo a decir, les guardo un cariño inmenso. Por Josema me acerqué más a Bertha, por Josema conocí a Renato, Andrea, Gian Carlos, Maki, Mafe, Majito, Chato, Gus y pronto fundamos El Arbolito #HappyTreeFriendsPUCP. Infaltables los jueves culturales de chifa, los puchos compartidos en el pareo que Andrea y Maki siempre traían, los juegos de cartas, las celebraciones cumpleañeras. Por Josema, entendí que Elos no era sólo un lugar para comer sino también un espacio para tomarse un par de chelas. 

Bastó un ciclo más para conocer a Micaela y a acercarme a Maria Pia Carrasco Gadea, a quienes realmente aprecio muchísimo. Ellas dos me mostraron que tenía esta extraña costumbre de ir disfrazada a la universidad (Granjera, Darks, Amish). A Micaela la conocí en el Café Cultural mientras estudiaba con Ana Paula y Ramiro para su examen de lógica.Nos hicimos cercanas porque mi prima era una de sus mejores amigas y pronto nos volvimos hermanas también. A Mica le debo el apodo de Mariah y todos sus otros derivados. Asumo que es el karma por ponerle a Renato un apodo tan raro como galleta o por decirle que huele a pino. A Mariella la conocí por Alexa, que también es de mi cole, y desde que la conocí me di cuenta que era una persona muy excéntrica. Se pasó media hora buscando su nextel negro con tapa hasta que lo encontró en su bota. Siempre le pasaba algo gracioso que me hacía reír con ella y también de ella y creo que eso no ha cambiado. La abuela, la señora de EEGGLL 2011, sigue reinando ahora en Derecho. Según ella ya no explota su cargador o pierde sus llaves pero ambas sabemos que las cosas no cambian tan fácilmente. 

Tengo muy buenos recuerdos de mi tiempo en Letras. Llegar a las 8 de la mañana y encontrarme a Josema leyendo el periódico o a Plinio y Víctor hablando. Escribirle a Juan Carlos para ir a fumar un pucho, así lo conocí y así siempre está en mi mente. Buscar a Galleta para inventar teorías de cosas algo estúpidas pero divertidas al fin y al cabo. Molestar a Gus por no tener nextel y cambiar a movistar cuando porfin lo tuvo. Reírme del spanglish de Ana Paula. Iniciar mi amistad con Mafe por nextel y que siempre este dispuesta a darme cariño y consejos. Esperar a Andrea para que me jale hasta el Mc Donalds de Guardia Civil y dejarle notitas divertidas en su agenda. Invadir la casa de Ber y sorprenderme de su familia y de los sostenes 38 b que una vez trajo su madre. Recibir los abrazos de Gian o pasar los jueves culturales bailando en los pastitos porque nunca nos gustó invadir mucho la rotonda (Salvo cuando los eventos de OPROSAC me llamaba y desaparecía). Y sobre todo, ir los sábados a casa de Gus para ver a los chicos jugar play, jugar monopolio, comprar trago o que Renato use el sombrero de bombero de Gus es partes inapropiadas.

Como me gusta decir me agradan las personas bizarras de esas que explotan su cargador (Dos veces) en la Biblioteca Central y no tienen mejor idea que escribirte antes de reaccionar, que tienen una familia digna de un cuento de García Márquez (Los Buendía debieron llamarse Prieto Mendoza y andar en vestidos de Batman), sostienen conversaciones sobre la posibilidad de instaurar un túnel subterráneo debajo de EEGGLL o crean mundos paralelos en el segundo piso de Juan Bielovucic. 

Letras también me lleva a OPROSAC. A mi taza que aún sigue en la oficina, a mi primer día cuando Natalia me dijo ¿Puedes poner el panel bonito? Y me di cuenta que mis habilidades artísticas eran nulas y creí, por un segundo, que me iban a botar. También me recuerda a Yannis poniendo los Beatles mientras armábamos paneles, a Jimena y nuestra aventura en el Centro antes de la Semana Cultural, a Manuel Monteagudo con sus historias divertidas, a Elody vestida de cusqueños, a Rafael que me odió cuando le malogré su juego y a muchas otras personas y a Mauricio quién aún se queja de haber sido excluido. Mis dos años en OPROSAC me dieron definitivamente otra idea de la universidad, una comprometida con la coyuntura nacional, una que incentiva la responsabilidad social y la cultura. 

Mi segundo año fue masomenos similar. Me alejé de algunos amigos y me acerqué a otros también. Ese año Micaela, Katty y yo logramos acercanos muchísimo y me alegro que eso no haya cambiado hasta ahora. En parte fue porque llevé Historia del mundo Antiguo Medieval con Katty #CrespoLovers pero también por otras cosas. Por razones que aún no entiendo conocí a toda la T de Esteban (te amo csm) y a todos sus cachimbos. El 2012 son los años de las concentraciones en la rotonda a las 6:00 pm., los previos en Cabañita, las las noches en Luz Roja, los karaokes en Calle Esperanza, los arroches en Hunter cuando la chela estaba dos lucas y no iba nadie, el tour básico de: Tizón-Tábano-Hunter, el vino gato rendidor. Quizás los fines de semana más felices con la gente de siempre y los planes inesperados y locos que se nunca se acababan. No puedo dejar de mencionar el club de los Cagavidas (Aka personas que perdieron su dignidad al conocer a Josema) y con ellos las tardes en la casa de Miroslava y la habilidad que tenemos para sacarnos tantos trapos sucios en un segundo. Justo ayer, haciendo previos para la Fiesta Roja, empezamos a recordar muchas cosas y bastaron 10 minutos para que los amigos de Miros conocieran su otra faceta. Algo así como el árbol "genealógico" que teníamos de todos los agarres en Letras. #TrueStory

Despertarme los domingos temprano para avanzar con el proyecto de superhéroes peruanos. Melissa, Alvaro, Claudia, Mauricio y Andrea, tantas personas que nos metimos a sacar esto adelante, a comprar los materiales temprano, a vender rifas y polladas y a vencer el cansancio/la resaca/la vida sólo por llevarles un poco de alegría a los niños.

Definitivamente salir de letras te aleja de varias personas. Ya no compartes clases, te vas a una facultad más alejada, los almuerzos ya no coinciden, los círculos de amigos se transforman y en mi caso, mi paradero es el puente y no Católica, Sin embargo, cada vez que regreso a letras me embriaga una nostalgia especial por todo lo que aprendí en sus aulas y también por todos los amigos que conocí dentro y ella de fuera.

Ya llevo dos años en facultad y me asusta la idea de terminar en un año y medio. Afortunadamente, muchas de mis buenas amigos están en Sociales, otros nos visitan y otros no están tan lejos (Salvo por el muro de Game of Thrones que a alguien se le ocurrió poner entre Derecho y el resto del mundo). En facultad he podido también conocer grandes personas, a algunas más y a otras menos, y a cada una la quiero de forma distinta. Las clases sin joder a Moroco (O en general la presencia de Moroco) o escuchar sus comentarios fachos no serían las mismas, los abrazos de Diana Flavia y María Gracia que en las mañanas me cambian totalmente el humor o los detalles que tiene Sergio cuando viene con empanadas o soporta mis bromas sobre su redondez. Politai con sus innumerables eventos, con el estrés de no dormir a diario pensando como llegar a tu cuota y las inmensas oportunidades y capacidades que desarrollas en ella.

Le dedico muchas palabras a Letras y no tantas a facultad porque aún es una etapa que no cierro. Pero hasta el momento todo suena prometedor. Estas últimas semanas me han unido un poco más con la gente de mi facultad, a tal punto que he vuelto a jugar fútbol por el Zoon Ethilikon. También me han servido para conocer a gente de otras especialidades y puedo decir, que han sido días llenos de amor y cariño. Mención especial la tiene Hugo André Rimarachin, un individuo que apareció del aire y que aunque no está en Sociales, ha marcado mi año enormemente.

Definitivamente la PUCP ha transformado mi forma de pensar. Me ha convertido en una persona muchísimo más tolerante, plural y ha contribuido enormemente en este proceso extraño de encontrarme a mi misma. Algunos amigos me preguntan como hago para estar metida en tantas cosas y se ríen de mis transformaciones continuas durante la semana que implican sacarme mis amadas converse y reemplazarlo por vestidos o sastres. Siempre me han gustado las actividades extracurriculares porque me permiten comprometerme con cosas, conocer distintas perspectivas y contribuir con algo, alguien. Creo que aunque a veces me queje con Mamá Marcia de que estudio muy lejos, he escogido la universidad correcta y dentro de ella, he conocido también a verdaderos amigos.



domingo, 19 de octubre de 2014

Billitiris


A veces me sorprenden los nombres de los playlist de Spotify. El que escogí el día de hoy se llama Ejercicio Electo Hipster y lejos de motivarme a hacer deporte (Que por cierto es muy difícil) me da ganas de salir a la calle, caminar movimiento la cabeza de arriba abajo y pedirme un trago en un bar cercano. Si eso puede llamarse un deporte hipster y si incluye a Pollos Pier en una par de la oración, entonces creo que merezco una medalla olímpica. Para hacerlo más interesante puedo escaparme en una de esas bicicletas vintage PUCP con canastitas, poner parlantes y pedalear al ritmo de Crystal Castles y Bombay Bycicle Club mientras como un kebab. El único problema es que la PUCP está lejos, acabo de llegar a mi casa después de un día sin dinero, tarjeta de débito y lleves. Con esto vuelvo a reafimar mi necesidad por una billetera y también mi necedad por no querer comprar ninguna hasta encontrar la que realmente me gusta (Osea, la que perdí). Agradezco al señor que entendió mi cara de desesperación y me prestó un sol para llegar a clases, a la amiga que me invitó comida y a PapáCarlos por venir a mi auxilio luego de cuatro horas de llamado desesperado.

Esto de no tener billetera empieza a incomodarme. Es cierto que me gusta llevar cosas en los bolsillos, a veces innecesarios, para aferrarme a la rutina y creer ilusamente que al menos por 24 horas más tengo un norte. Sin embargo, tener los bolsillos llenos de moneditas, pasajes de combis asesinas, billetes o cuadrados plastificados con múltiples funciones según la necesidad del día me contamina y me convierte en una alcancía que nunca llegó a ahorrar. En la noches, cuando llego a mi cuarto y mi cama se resiente conmigo por no dormir en ella, me quito los pantalones y un concierto de sonidos acompaña al acto. Una moneda que se esconde en la zapatilla que ya no hace deporte, en el papel de alguna lectura que aún debo archivar, en el mismo jean que llevo y que mañana despertará conmigo. Y así, cada mañana empieza la tarea de recolectar las moneditas con mis manos soñolientas, separar la ropa de la cama y embarcarme a una nueva aventura en la oscuridad de mis bolsillos.









jueves, 31 de julio de 2014

Yo también me perdí en el Colca


Creo que no es necesario decir que de deportista no tengo mucho, mejor dicho nada. A excepción de dos años en las que las recomendaciones de mis padres me llevaron a jugar fútbol y a un par de meses en el gimnasio más cercano a mi casa (Al cual, obviamente, también me daba flojera ir) los deportes y yo nunca hemos sido buenos amigos. En efecto, el único curso que he jalado en mi vida es Educación Física y las veces que me esforzaba el doble y hacía las cosas bien, los profesores no me creían. En conclusión, soy muy mala en deportes y no los practico hace tiempo.

Sin embargo, si en algo soy especialista es en ser terca. Sólo basta que alguien se acerque y me diga que no puedo hacer algo para hacerlo. Y es así que mi espíritu aventurero y mi aversión a los tours que ofrecen cerca a la plaza de armas, me llevó a tomar el camino largo. Preferí caminar 8 horas (Son 6 pero me perdí por 2) en vez de bajar tranquilamente el maldito cerro. Es cierto que no es tan difícil para quienes hacen deporte y tienen la ropa apropiada, pero en mi caso ninguna de las dos condiciones se cumplía. Para explicar un poco la situación (Y pondría una foto si es que mi antiguo celular no estuviera muerto):

a. Nunca llevo zapatillas deportivas a los viajes por lo que mis únicas compañeras fueron mis converse rojas. Sí, esas que sobrevivieron al Salar de Uyuni, a la torrencial lluvia de Ayacucho en Semana Santa y ahora a tierra, rocas, ríos y más tierra. De más está decir que no son las apropiadas para un trekking porque son delgadas y resbaladizas. Sin embargo, tengo la suerte de decir que sobrevivieron nuevamente y que aún puede leerse en lapicero negro el "embrace" que alguien me dejó escrito muchos meses atrás.

b. No encontré una mochila para llevar mis cosas porque se me ocurrió comprarla muy tarde así que en su reemplazo tuve que cargar una bolsa todo el viaje. Sí, una bolsa. Tenía hueco, era pequeña pero era del Super y el Super es muy chevere. En ella estaban todos los implementos necesarios: Una chompa, unas lecturas que jamás llegué a leer, un bikini que no me sirvió porque llegué tarde al Oasis y un cepillo que tuve que botar porque francamente me dio asco.

c. A falta de casacas térmicas o parecidos, fui con muchas chompas encima. Apropiado si quieres salir a pasear, incómodo si piensas caminar. Tenía cerca de 5 chompas (pero combinaban) y aunque quise quitármelas, decidí conservarlas para no atrasar mi paso. El único problema es que soy muy calurosa así que fue oficialmente una tortura.

Tal era mi atuendo que el chico que conocimos me dijo que si tuviera la oportunidad de recomendarle a alguien que no llevar a un trekking, me tomaría una foto a mí y la publicaría. Bueno, el punto es que decidí hacer el trekking. No pude pedir una mejor compañera de viaje que Emily. Me esperó a pesar de que caminaba más lento que ella, volteaba cada vez que un sonido con mis pies indicaba que estaba próxima a sacarme la mierda y no se desesperó cuando nos perdimos. Al inicio Chris y un perro que bautizamos como Harry caminaron con nosotras pero luego de bajar el cerro y llegar al puente, cada uno tomó rumbos distintos. Por decirlo en un tono menos poético, nos perdimos.

Una pareja que encontramos en una casa de San Juan de Chuccho nos dijo que debíamos seguir el camino del medio y algo más pero creo que realmente olvidé la última parte porque tras seguir la flecha por un tiempo, no encontramos nada. Fue gracioso porque a pesar de estar en el fondo del cañón tenía internet y señal así que cuando mi mamá me llamó no tuve más opción que decirle que todo estaba bien y que me buscara si me perdía (Hijita mándame fotos del Colca por whatsapp). Tras mucho tiempo caminando encontramos a una señora que estaba arreando a su mula y nos dijo que estábamos en el camino incorrecto. Nos dio mil indicaciones de las cuales sólo me quedé con izquierda, arriba y pozo. Ninguna de las 3 funcionaron porque aunque intentamos regresar por el camino, terminamos en el mismo lugar. Ahora entiendo esas escenas en la que la gente camina en círculo y recuerdo haberle dicho a Emily firmemente en un momento "Estoy segura de haber visto esa roca ahí". Lo estaba. Ya siendo las 3 de la tarde y sin tener la más mínima idea de dónde estaba, ya estaba pensando en lugares para dormir.

Nuestra frustración siguió hasta que encontramos la bendita mancha/flecha/vómito color naranja y nos dimos cuenta que un poco más arriba había otra flecha. Nuestra cara de felicidad fue única y dio para un selfie y un vídeo. Seguimos subiendo y escuchamos a gente talando madera. No nos respondieron y con lo miedosa que soy creí por un segundo que en cualquier momento aparecería un leñador con jean/camisa roja a cuadros y me incrustaría una parte de su hacha en alguna parte de mi cuerpo. Obviamente, no fue así. Caminamos un poco más hasta que encontramos a una señora que nos indicó el camino. Mi emoción fue tal que me tomé una foto con ella y le juré mi amor. Cuando luego de morir lentamente llegamos a la cima y vimos casas, me sentí de nuevo viva. Sólo duró un segundo cuando recordé que debíamos caminar 2 horas más si teníamos intención de quedarnos en un hotel o que alguien nos preste carpas para acampar afuera. El camino de bajada al Oasis fue mucho más sencillo a excepción del abismo que nos acompañó todo el tiempo, es mucho más fácil bajar que subir aunque aumenten las probabilidades de caerte en cualquier momento. A pesar de mi torpeza sobreviví al trayecto y aunque no disfrute de la piscina en el Oasis, tuve una maravillosa cena a la luz de las estrellas, una fogata y una vela.

No lo volvería hacer (Al menos en mucho tiempo) pero debo decir que me divertí muchísimo. Estar en el fondo del cañón con toda la naturaleza alrededor, hace que por un segundo te sientas una parte más del paisaje. Nada de guías ni tours ni un grupo grande de gente, sólo silencio para disfrutar de lo que observas y renegar de vez en cuando porque no tienes idea de dónde estás. Y aunque por un segundo no sentía mis pulmones (Otro motivo más para dejar de fumar) creo que nunca había disfrutado tanto de la suciedad ni de la longitud del camino. La libertad/oportunidad que te ofrecen tus pies al caminar y al lanzarte contra nuevas superficies son únicas. Es cierto que en la noche no podía sentir mis piernas y que aún una semana después me duelen los hombros, pero definitivamente tengo mucho que agradecerle a Arequipa y al Colca en esta oportunidad.

El día siguiente fue más corto, sólo tuve que subir 3 horas así que a cada paso me repetía "Si has caminado tanto ayer, definitivamente puedes hacerlo hoy" No me equivoqué y cuando por fin pude ver la plaza, respiré hondo.

domingo, 6 de julio de 2014

Semana no cumpleañera


Me aburro de las personas como me aburro de los borden del pan. Generalmente sólo me gusta el pan molde (Y el pan pita, cuando se acuerdan de comprarlo) Desollar el pan despacio, teniendo cuidado de no ir más allá del borde e invitarlo a experimentar nuevas formas de vida. Válido cuando estás en la comodidad de tu casa y a las 6:00 pm. todo queda en el silencio y da espacio al lonche. El mejor momento del día. El mixto con orégano, el vaso transparente de leche con avena de Gloria y todas las energías del mundo concentradas en un pan.

No puedo mantener una conversación con alguien por más de una hora porque me aburre hablar, más si incluye mis sentimientos. Bueno sí puedo. El problema radica en que siempre me voy a extremos. Soy fría y cursi al mismo tiempo. Quiero, pero no sé qué quiero. Creo que me contradigo con mucha frecuencia, sobre todo si debo escoger qué comer (Sí, tengo hambre) Entonces si me toco dos veces la rodilla derecha debo hacerla con la izquierda porque sino se pierde el equilibrio de las cosas. Cuando estoy nerviosa me arranco el pelo. Me quito y me pongo los lentes en los momentos más innecesarios. Mis medias deben combinar con mi ropa porque sino es un mal día. Cuando bajo las escaleras siempre subo nuevamente para verificar la existencia de la puerta y que este cerrada. La cantidad de veces aumenta con el estrés. ¿Cerré bien? ¿Y si no existe? Por eso me toco mucho los bolsillos, la pierda derecha, la barriga y el cuerpo. Tengo miedo a que mis extremidades huyan de mi cuerpo o ya no quieran caminar conmigo. Salgo de mi casa pensando en que quizás haya una inundación o un corto circuito cuando regrese. Jamás podré vivir solar, tendré un perro. Here comes Johnny Yen again.

Odio expresar mis emociones porque siento que una mirada vale mucho más. Ir de la mano con alguien está muy overrated, me siento un perrosincorrea y a mi no me gusta pasear. Ojos brujos mátame. Me gusta mirar, sonreír, dar un beso al aire, no dar ningún beso. No terminaré de entender por qué a algunas personas no le gustan los besos.  Ayer Gonzalo y yo coincidimos que es lo mejor. Pero claro, debes saber besar. Creo que un beso revela la conexión que puedes tener con una persona, los labios jugando a conocerse, la provocación, la previa cómo dicen algunos.Tensión sexual antes del beso, mano que intenta aferrar algo que sabes pronto se irá, brillito que aparece en el intermedio de un beso cuando decides abrir los ojos, un beso en medio de una serie o una película #priceless. Admito que el intercambio bacteriano es alto y no Campo de Venus, no creo que los besos sean cheveres porque te ayudan a bajar de peso. Son cheveres por lo que son. Porque besar a alguien es mostrar una parte de ti, de mis huesos besos y obesos la humanidad.

A veces me sorprendo de lo despreocupada que soy. Da la casualidad que siempre que debo entregar un trabajo, decido escribir sobre estas cosas. Pierdo tiempo, gano libertad. Tras una semana cumpleañera de esas en las que comes gratis, he descubierto que de mi cumpleaños me agradan sólo tres cosas. Primero, escuchar las cuatro canciones que entona mi familia mecánicamente después de cada cumpleaños. No tanto por las canciones sino por la cara de quienes no están acostumbrados a nuestra costumbre familiar. ¿Por qué las pulguitas me desean un feliz cumpleaños? Digo, no soy un perro. No corro en un parque y me baño. Jamás pruebo mi torta de cumpleaños. Segundo, me gustan las cartas y palabras bonitas que me dedican porque me recuerdan que tengo gente hermosa a mi lado y tercero, que me inviten a comer. Tomar lonche. La galletita al costado del café, olor a pan caliente sobre la mesa, descifrar las canciones de bossa nova. El almuerzo es aceptable pero el lonche es orgásmico y si incluye lúcuma, puedo asegurar un colapso nervioso. Tanta, Raw Café, La Baguette Delicass, Rovegno, Bahía, Café Café, Tambo's. Qué hermoso es comer y más si es gratis. Gracias por la comida amigos, gracias por tener detalles que me hacen sentir querida. Y sí, ustedes también me agradan. Prometo no cambiarlos por un helado de lucuma con brownie. 

Papá me regaló zapatillas que duplican el tamaño de mi pie y despiertan muchas dudas al momento de caminar. Parecen de básquet y José Luis dice que tiene algo que ver con Michael Jordan pero son cómodas y negras. Sobre todo, son negras. Puedo verme los tobillos y si alguna vez se han preguntado por qué me encanta remangarme los pantalones, han hallado la respuesta. Tengo una fijación con mis articulaciones y con las del resto. Encontrar un tobillo bonito es un desafío e intento taparlo con miradas disimuladas. La parte más bonita del cuerpo humano, las uñas no deberían existir sólo traen problemas y se pueden cortar. ¿Por qué las uñas se pueden cortar? ¿Por qué los pelos del cuerpo deben salir? Es algo a lo que nunca le he encontrado explicación. El sonido del cortauñas es la peor pesadilla/tortura que puedo pedir, más si estoy en un restaurante. 

Creo que necesito un break. Pero en serio. Necesito volver a los rompecabezas, películas psicológicas, noches con jazz y partituras, un expresso por favor. Quiero vivir en pijama, usar mi enterizo rosado y combinarlo con mis medias de colores. En la mañana me desperté y todo estaba tirado. Salí a la calle y vi un accidente. Pensé en los Beatles, pensé en Sui Generis (porque me creo hipster) y me dio risa ver a la gente pasar sólo para ver el cuerpo, tomar fotos. Los carros querían avanzar, la vida seguía y tú estabas ahí. Los corsos surcarnos por fiestas patrias me sacan de quicio. Perfecta forma de empezar un corso. Chibolos ilusionados por su momento de fama con disfraces alquilados en Yulissa, banderas escolares de colegios que probablemente odian y padres comiendo grasa mientras con la otra mano toman fotos que se quedan en la memoria. Importa la cantidad, no la calidad. Importa capturar el momento pero no lo que significa, importa besar sin realmente dar un beso. Lo físico, los acróbatas, los clowns.

martes, 27 de mayo de 2014

Adiós libertad, hola celular.

Hace tiempo comenté que Papá Carlos me había regalado un reloj (reloj, por cierto, que hasta ahora no me atrevo a usar) azul, delgado y bonito pero al fin y al cabo un reloj. Ese día se me vino a la mente el texto de Cortazar "Instrucciones para dar cuerda a un reloj" que también compartí y cuando un amigo dijo que los celulares (mejor dicho, los smartphones) eran los nuevos relojes de esta época no tuve más opción que estar de acuerdo. 

Esa noche me quedé viendo mi celular fijamente, preguntándome si era realmente un amigo y noté que esas lucecitas de colores no me perturbaban tanto como el tic tac que vibraba en mi habitación hasta que caí en la cuenta que había interiorizado mi dependencia hasta el punto de creerla normal y necesaria. Entonces, en uno de mis ataques de voluntad que últimamente parecen dar resultados, decidí dejar de usar mi celular al menos por un tiempo. 

Lo dudé un par de veces pero creo que el viaje a Ayacucho (Que no recuerdo si fue antes o después) terminó de mostrarme mi adicción. Cuando mi celular empezó a fallar me desesperé: No podía responder mis correos ni tomar fotos, no podía ver google maps o actualizar mis redes sociales para ver si tenía alguna maldita notificación. La bateria cada vez duraba menos y mis intentos por hacer que cargue llegaron a extremos ridículos que fueron desde amarrarlo con el mismo cable hasta dejarlo en el borde de una silla. Cada uno funcionó menos que el anterior y tras mi desesperación, me di cuenta que realmente debía dejarlo a un lado y seguir mi vida normal. 

Así que luego de un intento fallido por arreglarlo y de ver que mi familia ya había aceptado el hecho de que no les iba a contestar ninguna llamada, me arriesgué por tercera vez. Los que me conocen saben que sufro de ansiedad y por tanto tengo la necesidad de jugar con todo lo que tengo a la mano y de paso, destrozarlo. El primer día sentí que me faltaba algo (O como diría Mapi, mi brazo) repetía el patrón con el índice de la mano derecha una y otra vez en el aire, me tocaba los bolsillos a cada minuto sin encontrar nada y llegué a creer que una lucecita verde me miraba a lo lejos. Quizás suene exagerado pero por un minuto me sentí en Requiem for a Dream sólo que en vez de una refrigeradora, era mi celular el que me llamaba en las noches rogando porque lo prendiera.  

La semana pasada me llegaron mil ultimatums al mismo tiempo. Me dijeron que era una desconsiderada por apagarlo de golpe y no avisarle a nadie, que tenía que prenderlo porque los correos urgentes no pueden esperar, que en el google calendar estaba todo y que eso de pedir saldo, megas o acudir a teléfonos públicos es una pérdida de tiempo y paciencia. Ante esto mi inocente plan se vio desarticulado por un mundo cada vez más tecnológico donde el visto es una falta de respeto y el dropbox tu mejor amigo. Creo que esto se ha acentuado o yo he crecido, porque mis 3 meses sin celular el año pasado y los otros 6 hace dos años no parecieron tener tantas repercusiones en vida social. Sin embargo, antes de regresar al mundo de los snapchats, quiero anotar algunas conclusiones:

(1) Estar sin celular significa andar con sencillo o tener amigos que realmente te aguanten. En estas 5 semanas he visto caras de odio (Lo siento Moroco) pero también he desarrollado una relación de amor/odio con los teléfonos públicos. Arriesgar mis monedas con la esperanza de recibir vuelto, buscar en el rincón de mis bolsos y carteras (Porque aún no me compro una billetera) mi salvación o sacar papelitos rogando porque el número sea el correcto se han convertido en mi día a día. 

(2) Significa también ser más puntual (Cosa que no soy) o rogar porque la gente te espere. He perdido la cuenta de cuántas veces he corrido últimamente, de mirar arriba y abajo para encontrar a la persona que buscas o de preguntar direcciones a cada persona que encuentras en el trayecto. Quizás eso te quita seguridad porque no sabes si estás en el lugar correcto #ChucuitoCorazón o porque no puedes llamar para saber si la otra persona entendió tu mensaje pero te da a cambio espontaneidad y eso es algo que valoro mucho. Me encanta disfrutar mis situaciones y alegrarme por cosas que a otros les pueden parecer insignificantes. Ayer, por ejemplo, tuve que caminar 8 largas cuadras para hallar una bendita cabina de internet donde me atendió alguien en un japonés que no sé hablar (Porque claro, apuntar números puede ser muy mainstream) y aunque regresé sudando, valió la pena. 

(3) Significa tener lapicero y papel a la mano. Las hojas bond, los tickets de micro, los post its e incluso mi piel resultan superficies ideales para anotar direcciones, números telefónicos, códigos postales. Disminuyen las probabilidades que te roben pero aumentan en el camino las posibilidades de que se te pierda. Esto sumado a mi costumbre inconsciente de romper los papelitos o doblarlos en 7 hacen que descifrar su contenido sea todo un reto mental o a manera más simple, entender qué chucha escribí. 

(4) Perderte de los planes de tus amigos eso implica cumpleaños, almuerzos en el Campus, lonches o puchitos en el pasto. He escuchado muchos "Te lo puse por whatsapp" o "Lo dijimos en el grupo" que me han hecho sentir culpable. 

Pero quizás lo más importante significa darte tiempo y disfrutar tu soledad. No preocuparte porque alguien te habló y comenzar a hablar de nuevo contigo misma. Decirles a las personas que lamentablemente no estás disponible las 24 horas y que llamar a las 2 de la mañana no se ve bien en ningún lado. Es recuperar tu condición humana, tus hábitos y costumbres, desconectarte cuando quieres y porque quieres y hacer respetar tu horario. Sin embargo, he decidido que la próxima vez al menos daré un pequeño aviso para así evitar que la gente piense que no le contesto porque quiero. (No se preocupen, siempre estoy dispuesta a contestar con caritas felices)  

En estas semanas he abandonado esa posición notredamesca que había adoptado y he aprovechado mi tiempo para disfrutar del paisaje que me rodea, he retomado mis conversaciones con extraños dispuestos a darme la hora o conversar sobre un libro, he podido mirar a mis amigos de frente mientras almuerzo y escucharlos realmente. Sé que esto no aplica de la misma forma para todas las personas, algunos somos más obsesivos que otros, pero debo admitir que he recuperado al menos parcialmente mi libertad. 

Siguiendo a Cortazar, cuando te regalan un celular te regalan la necesidad de cargarlo todos los días, la obligación de cargarlo para que siga siendo un maldito celular, te regalan la obsesión de atender la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. No te regalan un smartphone, tú eres el regalado, a ti (Sí, a ti)  te ofrecen para el cumpleaños del smartphone.

domingo, 4 de mayo de 2014

Cuzco, Bolivia y anticuchos a un sol cincuenta.

Cuando regresé de Cuzco, pensé en escribir algo. Habían muchas cosas que decir e historias que contar pero no encontré las palabras precisas para describir todo lo que sentí. Es probable que tampoco las encuentre ahora y aunque una voz interna me dice que avance mi trabajo de Métodos, este sábado tan atípico, las fotos recientes y una música muy hermosa sugieren lo contrario. Hoy, meses después y superadas aquellas 24 horas en bus llenas de películas de los Oscars, me animo a escribir. 

De Cuzco me quedo con las paredes grandes, las calles empinadas, los lustrabotas de la plaza y el mirabus que pasaba distante a diario. Nunca me han gustado los tours, me irrita estar rodeada de mucha gente y tener que subirme al mismo bus para sentarme en el mismo sitio mientras un niño llora al frente mío y me dan 5 minutos o menos para bajar, tomar un par de fotos y apreciar brevemente el paisaje que me rodea. Como si se tratara de poner check-in a todos los lugares que visitas, de sumar una figurita al album panini de la vida. No me gusta sentirme turista así que prefiero conocer por mi misma, no detrás de una ventana empañada sino fuera de ella. Lanzarme al primer micro que me lleve a algún lugar y organizar mi tiempo como prefiera. No es que no me gusten los guías, al contrario, son los que mejor me caen (Francis, where will it lead us from here?) pero sin sonar intolerante, no soporto a las personas que fingen escuchar mientras lo tuitean e instagramean. Así que aunque sea una pésima fotógrafa, amo tomar fotos a mi ritmo y de vez en cuando grabar lo que pasa a mi alrededor, para quedarme con la risa y las palabras de mis amigos.

No me jode decir que visité Macchu Picchu sola mientras mis amigas ya estaban en Lima porque me permitió vivirlo de una forma distinta. Pensar, sentirme una piedra más, escuchar la voz del paisaje y los relatos de Jesús con su gorro de explorador. Me pregunto que será visitar Macchu Picchu sin nada de gente, cuán hermoso debe ser sumergirte en el pasado de tu historia. Ese día terminé en un mercado luchando por un pan y tras dos horas de retraso, regresé en el bus frente a la Señora que un día antes intentó pegarme al comprar las entradas del tren y ahora me pedía disculpas y me presentaba a María Claudia, su hija mayor. Cuando me preguntó porque andaba tan sola no tuve respuesta y me dio roche decirle que tampoco sabía como regresar de Ollaytantambo. Una familia feliz me rescató y me dejó en la plaza con temor, así que me fui a comer pizza a Marango's en mi intento desesperado por encontrar un enchufe y tomar una copa de vino. 

Tampoco me jode decir que mi viaje no estuvo lleno de fotos grupales, Brenda y por ahí Valeria fueron las únicas que respondieron a mis gritos matutinos pero sólo en Cuzco, porque en La Paz anduve sola y sin bañarme. Con Brenda me fui a Tipón, dónde casi nos retienen por "destrucción" del patrimonio cultural y nadie dijo nada de mis botas adoloridas y a Pikillacta que nos recibió con lampas, mapas ilegibles y una niña bailando Limbo en el borde del puente a la que nunca le pasamos su foto. Me encanta fijarme en los detalles, reírme de aquello que no tiene importancia y echarme en el pasto para ensuciarme la ropa. De ahí aprendí que la mantequilla de cacao te quema de los labios y que mis pulmones no siempre quieren jugar conmigo. Luego aprendería que el gorro que tanto me gustó parecía en verdad un condón y que a los gatos de ojos amarilos no les gusta la lavandería. Pérdidas en la carretera, con un cartel que tenía todo menos indicaciones y una carretera que nos botaba a cada segundo. Dando vueltas hasta seguir a los señores que con lampa en mano, dignos de una película de terror, se perdían en nuestra agonía. Cuánto nos costó llegar y que poco nos quedamos porque mi pie derecho se peleó con el izquierdo y porque polvo y cansancio se escondieron bajo mis ojos.

Fuimos también a Moray pero casi no regresamos. Primero, por mi insistencia de ir el mismo 28 en la tarde (Esta a 20 minutos decía) y segundo, por no querer gastar mucho. Tras 10 minutos en un carro desconocido al que le dijimos que no nos espere porque creíamos que era fácil regresar, nos encontramos con muchos carros llenos y miradas nada amistosas. Nuestros amigos taxistas se reían de nuestra situación y el amigo de Valeria nunca tuvo espacio. Al final, corrí detrás de un carro y luego de rogarle que nos jalara, terminamos botadas en la carretera mientras los turistas nos ignoraban y eso de jalar dedo era un fracaso. Gracias a los 2 amigos que nos acogieron en sus carro y a los que tuve que hablarle por dos horas mientras las chicas dormían (Gracias chicas por quedarse dormidas, las odio)

Me pregunto si todo hubiera sido mejor en un tour pagado, con asiento reclinable. Me atrevo a creer que no y aunque me perdí varias veces con mapa incluído, nada puso salir mejor. Tengo esa costumbre de querer hablar con gente que quizás no quiere hablar conmigo, de preguntarles por el clima, por los turistas y llenarlos de otras curiosidades. No me gusta quedarme con postales, jamás compraría una ni tampoco me tomaría una foto con una vicuña por un sol. Me gusta, en cambio, quedarme con boletas, boletos y piedras. Me gusta quedarme con personajes, desperfectos, con la empanada de espinaca con queso en Pisac y no ignorar la pobreza que invade el rincón de cada lugar que visitas. Puede que no sea la compañera perfecta para juerguear aunque no puedo negar que tengo un par de noches en blanco pero sí la indicada para caminar hasta no sentir los pies en mis converse rojas, para subirse a cualquier lado aunque me caiga en el intento o reírme de las situaciones más bizarras y emocionarme por el cielo entre las tejas.

En Cuzco me sentí libre, me encantaba salir del hotel por las mañanas, perderme en los museos o escaparme en las noches sólo para ver la gente pasar. La confluencia del pasado y el presente en un edificio, el ladrillo sobre la piedra y el balcón colonial en donde ahora funciona una agenda de turismo mientras las nubes cacadecaballo bajan e invaden las calles de frescura. Adoro no sufrir de altura porque eso me permite saltar y correr, hasta que mi físico diga basta. Nada como ver la plaza en la oscuridad ya sin mucha gente, solo las licuadoras de las juguerías a todo motor y los perros callejeros tomando el monumento con sus ladridos mientras yo corría con un par de piscos encima, dando vueltas a cada columna y riéndome de las cosas hasta tumbarme en la cama.

Otro recuerdo de ese viaje son los miles de buses que tuve que tomar. Cuzco-La Paz- Uyuni- Jeep- Uyuni- La Paz- Cuzco. Recomendaciones: Paguen un poco más si saben que sufren de incontinencia urinaria, lleven una manta gruesa y que huela rico y más de 2 panties si aún tienen aprecis por sus huesos. No fui en el clima indicado porque me olvidé de buscar en wikipedia y mis fotos son una sucesión de flashes sin contenido pero nadie me quita todos los escenarios que pasaron por mi mente durante esos días. El hotel de Sal y Francis que quería regresarnos a Uyuni a patadas, la sopa con papas fritas más extraña que he tomado, la inmensidad del salar que me comía de a poquitos, rocas y cactus a montones que escalé sin entender que hacían allí. Uyuni me acercó a mis amigas por el agua fría y a Francis, que nos hundió en el agua por creerse piloto del Dakar.

Son muchos pensamientos bonitos que vienen a mi mente y me hacen recordar cuanto aprecio mi independencia. El día que inauguraron el tren del pueblo, me llevaste a empujones por las calles vacías, vestida como una niña pequeña que recién aprende a andar. Ponte bonita- me dijiste- que no todos los días se ve al presidente. El día que inauguraron el tren, el bus, el avión, el medio de transporte, jamás me dijiste cuánto podría conocer por mi misma ni lo pequeña que fui y soy ante los guardias de seguridad.


viernes, 25 de abril de 2014

Mi celular y yo


Mi primer celular costó 30 soles y no vino en cajita. Papá Carlos me lo trajo en una noche junto a una boleta. No me gustaba porque no tenía Snake y tampoco puedo decir que le agarré cariño, porque sólo me duró un mes. Nadie usaba celular y, por tanto, no lo necesitaba. Digamos que papá, mamá y mi teléfono fijo pudieron esperar un poco más.  La única que lo conoció fue Daniella (Y seguro no se acuerda) la tarde que empezó a ilustrar su primer libro mientras yo inútilmente dibujaba angelitos y me robaba sus CD’s de 6 voltios del portadiscos naranja en forma de pelota. 

Mi segundo celular fue un Samsung del que no queda registro, era largo y delgado y con una antenita al costado que terminó destrozada (No es mi perro, soy yo) Es cierto que no tenía Snake pero era a colores y en una época en donde los celulares naranjas y azules abundaban, el mío logró causar sensación. De ese celular me quedan dos grandes recuerdos.

El primero me lleva al Jockey Plaza, luego de una caída mortal en el cumpleaños de una amiga decidimos ir a comer. En ese entonces, y quizás hasta ahora, no sabía amarrarme los zapatos bien así que paraba cada 5 pasos para enredar mis pasadores. Se me ocurrió sentarme al costado de una maquinita y de pasó, dejar mi celular debajo. Ya en el camino a casa (Como siempre) me di cuenta que me faltaba algo, que Papá Carlos me iba a matar por perder siempre mis cosas así que regresé corriendo y recorriendo cada local hasta que ahí, en la sombra, esperaba mi celular brillante.

El segundo se resume en un consejo: JAMÁS regalen su celular. El Samsung terminó guardado en el rincón de uno de los cajones de Mamá Marcia quien no tuvo la mejor idea de regalarlo sin mi permiso. Así, y sin querer, cayeron en manos erradas todas mis pseudo canciones. Algo así como Robin de How y Met your Mother y “Let’s go to the Mall” (#Ok, no tanto) pero igual de rochoso. “Mañana es mi cumpleaños/13 años voy a cumplir/Con torta de chocolate/Nos vamos a divertir” Han pasado 7 años y creánme que no falta año en la que a alguien se le ocurra sacar el tema y corear la canción. (Gracias Chicho, yo también te quiero)

Luego de ese vino el indestructible Sony Erikson. Digo indestructible porque Camila se encargó de matarlo en todas las formas. Desde jugar “camotito” en el patio del colegio para ver si se rompía, hasta enterrar la bolita del celular en las macetas para ver dónde estaba, mi celular pasó por todos los lados y manos posibles. ¿La razón? Nadie cree ni creía que podía tener un celular más de un año, así que su ayuda social era destruirlo conmigo y así lo hicieron.

El Nokia 3500 no se hizo esperar y con ella una versión de Snake animada. Primer celular Slide en mi posesión y primer celular que destruí por mi cuenta. Las franjas azules pronto se fueron saliendo y los botones dejaron de funcionar hasta el punto que empecé a usar un alfiler para poder escribir (#FirstWorldProblems) Mi papá no entendía si en verdad quería un celular o sólo un juguete armable, así que fue muy sincero y me dijo “Si el próximo no te dura, olvídate de todo” (Y vaya que me olvidé muy rápido)

Antes de mi primer nextel tuve mi último Sony Erikson, uno morado con tapita y que era Walkman. Tener música en el celular era una revolución que dejó al 107.7 en un segundo plano. Caminar cantando tus canciones favoritas con los audífonos puestos como a quien no le importa la cosa. Lástima que a mis amigas jamás les gustara mi música ni tampoco Frank Iero y que rechazaran mis múltiples intentos por ponerlos en las reus.

La era de los nextel llegó muy rápido para muchos (Salvo quizás Gustavo que se compró un nextel cuanto todos migramos a blackberry) Los celulares se fueron llenando de polvo y fueron reemplazados por esos ladrillos vintage sin cámara (en su mayoría) pero con botoncito. La época del alértame, de colgar tu nextel en el bolsillo, pantalón, cartera o cualquier superficie visible a más de 10 metros de distancia para parecer chévere. No entiendo cómo nunca me robaron pero agradezco que nunca lo hayan hecho y recuerdo ahora lo incómodo que era caminar con el clip por todos lados. Mi nextel no fue de los comunes, apareció un día en mi cama porque mi hermano lo encontró en la calle y me perteneció porque según él, era muy femenino para su gusto.

De ese nextel tengo muchos recuerdos. Los sábados en el colegio para la Confirmación, mis primeras reus, los viernes en la casa de Rossi escuchando música en su salita y quemando cosas con benzina hasta que la abuela nos bote, las amanecidas conversando hasta que ya no podía apretar el botoncito por el cansancio, el lapso de tiempo que te daba la alerta para reírte de alguien o tirarte un pedo sin que nadie se diera cuenta.

Luego de eso vinieron 3 nextel, cada uno me duró menos que el anterior. El primero parecía un blackberry (Que ese tiempo no conocía. ¡Ya no tenías que apretar una misma tecla para conseguir una letra! Y lo mejor, ¡Tenía cámara! Quizás no era muy resistente pero ocupaba menos espacio. Todo bien hasta que un día Calvin, que recién aprendía a usar sus dientes, se fue corriendo con mi celular en la boca. Corrí, lo cogí, vi mis teclas mordidas (Y esta vez no fui yo) y me resigné. Así estuve un par de meses, con teclas que tampoco funcionaban y que probablemente estaban babeadas, hasta que mi madre y sus miles de convenios con dentistas, oftalmólogos y vendedores de celulares me llevaron a mi próximo nextel: Uno con Slide, twitter y Facebook.

El primero me duró 6 meses y el segundo algo de dos, ninguno tuvo internet. Esos celulares me llevan a la PUCP, a mis huecos en el arbolito, a mis poleras y pantalones incaicos (los aretes de corcho que me vendió Illary también se suman), a los primeros amigos que conocí y que en su mayoría hasta ahora me acompañan. El primero se me perdió en la Bienvenida de Cachimbos (Desde ese momento juré jamás regresar a una y no lo he hecho) Las dos cajetillas de 10 de Marlboro blue que regalaban ocuparon todo el espacio y el cierre abierto dio paso a una propuesta realmente indecente. Gracias choro por reforzar mi teoría con la tecnología, gracias bus por dejarme en la mitad de la primavera perdida y no-gracias madre por insistir en comprarme el  mismocelular sabiendo las consecuencias. Un poco de pisco bastó para acabar con la era de los nextels y hacerme PING.

Me escapé en el hueco antes de mi clase de Matemáticas con Maritza Luna para ir a telefónica de Plaza y volver a mi cajita. Le juré a mi papá que no sabía que había pasado pero cuando me dijeron que había pisco en mi celular, bajé la cabeza y le pedí compasión. La abuela nos atormentaba con su blackberry y Male había impuesto su tendencia móvil hace siglos así que aprovechando una promoción universitaria, saqué a mi bebé.

A veces me sorprende que rápido nos adaptamos a la tecnología. Quien pensaría que ahora todos usan whatsapp, que ya nadie manda mil cadenas diarias por Jesús, José, María, el Burro y los venados o que ahora tener blackberry es ser un atrasado tecnológicamente.  Fue volver a Messenger por un segundo y ese segundo fue hermoso. Ordenar a tus círculos de amigos, crear grupos de conversación, poner mil estados con tu PING para que todos sepan que ya tienes bb, hackear a las personas en sus estados o nombres y enviar zumbidos. El blackberry resume la otra mitad de letras y sobre todo, mi amistad con Mapi y Micaela. Conversar antes de las prácticas de Amy y ver los mils PING’s, PONG’S, PANG’S de la abuela contándonos sus desgracias y hacerle screenshots con Munch Screen. Tomarle fotos a la abuela en todas sus facetas: Abuela empresaria, abuela tomando agua, abuela buscando llaves, abuela secando su chompa, post-its abuelísticos, abuela sirviendo el té o comprando el lonche, abuela estudiosa, abuela. También me recuerda a Ana Paula y a todo lo que un celular no debería ser (Pasar electricidad no es una función, Apa), a Bertha y las mil hackeadas de venados que tuvo su celular o a Renato porque nunca quiso tener un blackberry e incluso a Juan Carlos porque lo recibió en navidad junto a Marisol y eso me pareció muy tierno.  

Terminamos mi larga y quizás aburrida historia, con mi último celular: Un Motorola RAZR XT790 que aún tiene cajita. Ahora está malogrado y mi papá dice que lo arreglará, pero ya no me importa. En Ayacucho sufrí porque la batería está malograda y ya no me dura, ya no podía subir fotos o editarlas e instagram ni tuitear sobre los detalles de mi vida que a nadie le importan. Descubrí cuán dependiente me había vuelto de la tecnología y tras una semana, he vuelto a encontrar la calma. El próximo mes cumplirá un año conmigo y si las cosas salen bien, les escribiré a todas las personas que creían lo contrario (Sí, Camila). Aunque seamos sinceros no hay que confiarnos, mi blackberry se perdió 10 días antes de que se cumpla la garantía y mis 13 meses de esfuerzo se fueron en un segundo. Cuando el Motorola regrese es probable que vuelva a mi dependencia y a medida que avanza la tecnología y se transforman nuestros hábitos, vendrán más y más celulares que estarán ahí para recordarme nuevas personas y momentos.

Gracias al comentario de un amigo, escribiré sobre nuestra graciosa dependencia a la tecnología y desapego a la realidad. Bueno si me alcanza el tiempo y si soy capaz de articular luego de tanto más de 6 párrafos en una hoja.









domingo, 20 de abril de 2014

Embrace

Avanzábamos cuesta arriba luchando con las calles hechas ríos cuando Jaime volteó y preguntó curioso si en Lima también llovía así. Nos miramos las caras y no supimos que decir, así que sólo atinamos a reírnos y decirle que no. ¿Cómo explicarle que la lluvia en Lima es un chiste? Ese día recordé cuanto extrañaba la lluvia de provincia.   

No hay nada mejor que salir a la calle, levantar la cabeza y ver los miles de puntos caer sobre ti. Las gotas mojándote el cuerpo, el pelo, la converse rojas que me niego a lavar. Me encanta el sonido de la lluvia contra los techos, el aire hecho humedad, el agua turbia llorando en la avenida. Y mientras la gente nos miraba desconcertada y los paraguas se abrían en manos extrañas, seguimos corriendo felices por las calles ayacuchanas. 

Las primeras gotas nos llegaron en el carro, el granizo caía violento y la gente corría a buscar refugio. Bajamos sabiendo que nos esperaban 3 largas cuadras y quizás una caja de chela. Bajamos con miedo y con frío, llegamos a la Alameda con la adrenalina fundida en el cuerpo. El arte de saltar de una vereda a otra sin hundirte, de esquivar los riachuelos en cada esquina, de girar hasta no sentir tu cuerpo y no pensar en neumonía ni en pastillas. El arte de vivir el momento e irte en YOLO como dicen algunos, de llegar y que te reciban con secos de chelas y cantar, reír, bailar todo en un segundo.

Mientras corría no pude evitar ver mis zapatillas y leer las letras en tinta negra que hace tiempo me escribieron, creo que por fin entiendo su significado.


Gracias Ayacucho por la lluvia, por la gente y por mi ropa que aún no termina de secar. Nos vemos el próximo año. 

domingo, 23 de marzo de 2014

Foco Ahorrador


Guardas una brújula en el bolsillo derecho
Para no caminar sobre tus pasos
Ay, que será de ti cuando te vayas
Y de mí que tanto te quiero
Si entre las maletas
Y las ropas sucias que nunca aprendiste a doblar
Ya te has llevado una parte de mí

Ya no sé si es locura lo que me carcome
O la falta de hierro de Doña Clarita
He perdido la cuenta de las cosas
Y los relojes de arena
La manía de andar con dos cosas en cada mano
Porque lo impar siempre me dio miedo
O de esperarte con un pie sobre el otro
Para saber que esta tierra existe
Y yo ocupo un lugar en ella

La boca me cuelga de la cara,
Como un cuerpo muerto y enjuto
Llevo tu sudor atado al cuerpo
Y atada también mi melancolía  

Esta noche no habrán amaneceres
Habrás partido ya de mi memoria
Y tu cuerpo no será más que cenizas
Y tú nombre una línea más en las hojas que escribo
Guardarás una brújula en el bolsillo derecho,
Pero no te seguiré ni tú caminarás conmigo  

sábado, 4 de enero de 2014

Lo que el 2013 se llevó


Advertencia.- Estas líneas pueden ser muy emocionales: No encontrarán resaltadores, oraciones que por lo general no tienen sentido y situaciones entre divertidas y penosas. Es un post normal de una persona que se quedó sin leche por la noche, que escribe con una pantalla rota y que definitivamente necesita lentes nuevos.

El 2013 pasó muy rápido, más de lo que quizás me hubiera gustado pero el tiempo es engañoso y aunque a veces intentemos aferrarnos al reloj, algunas cosas llegan inevitablemente a su fin. ¿Cosas que aprendí? Creo que muchas como, por ejemplo, aprender a amarrarme los pasadores. Y aunque quizás muchos me ataquen con una mirada de desprecio infantil, es un logro para mí. Adiós caídas, adiós esconder mis pasadores dentro de suelas y tobilleras, adiós medusas de colores. Reto 2014: Aprender a leer la hora para no pasar roche. Pero bueno, volviendo al punto y en un súbito arranque por ser emocional acá van mis lecciones del 2013: 

1. Las buenas amistades llegan cuando menos lo esperas.-  Dos semanas de orientación que se convirtieron en cinco meses. Jergas, juergas y kilos de más  me llevaron a conocer personas realmente increíbles. Quién diría que lo que inicio con una bebida, con luces rojas y palabras en idiomas entrecortados se transformaría en un sin fin de salidas, conversaciones, abrazos y muestras del más grande afecto. Me alegro que hayamos sido los patas raros que sobrevivieron todo el semestre a esa gringada chévere y especial al mismo tiempo. 


Extrañaré las tardes de Miraflores que siempre terminaban con algo de comer, llegar a la oficina e irme cuando llegaba Jesús, las noches en el Malecón donde los previos se transformaban en una velada tranquila llena de alcohol, uno que otro serenazgo y lugares incómodos para orinar. Extrañaré San Isidro con el Olivar que jamás terminaré de comprender, con el árbol que siempre me abrazaba en la noches o el murito de la esquina donde perdí mi billetera. Extrañaré también caminar por Juan de Arona, Aquepara, República de Colombia con la compañía de una abuela siempre dispuesta a engreírme y una cabra que nunca dice lo que piensa. Los planes inesperados, la presencia de Avatars que me hacían sentir realmente pequeña, las palabras hispanas emocionales de un duende y la mina de orégano que encontró alguien en su bolsillo. Por el momento he decidido alejarme de esos lugares que me colman de nostalgia pero a la vez de alegría y a ustedes, si llegan a leer esto, sólo les digo gracias. 

2. Para los verdaderos amigos no hay obstáculos posibles.- Pasar a facultad (Me creo chévere) me separó de varias personas a las que estaba acostumbrada a ver todo el día. Distintas carreras, obligaciones, amigos y asociaciones van cortando espacios y cursos en común. Sin embargo, quedan los que siempre estuvieron. Esos que luego de meses (Sí, galleta) aparecen con pucho y encendedor en mano para hablar de la vida. Aprendí también que quienes te quieren no te retienen, limitan o impiden crecer. Por el contrario, son los primeros en empujarte y darte ánimos. Y aunque a veces extrañe a algunos y mi orgullo juegue malas pasadas, debo seguir adelante. Primero, porque si alguien la caga, la cagó. Segundo, porque es mejor quedarse con buenos recuerdos que llenarte de malas vibras. Como dice alguien que conozco:  "Don't cry cos is over, smile cos it happened"

Y aquellos que soportaron mis constantes desaparecidas, mis mensajes sin responder, mis cambios de planes de último minuto, gracias por tener la paciencia para secuestraerme de cuando en cuando y traerme de vuelta con sus palabras. Yo nunca me iré y lo más probable es que me encuentren tendida en mi cama tomando leche de caja, porque la de tarro nunca me vaciló.

3. No cambies por alguien, cambia por ti mismo.- No vendas ideas que tú no crees ni promesas que no puedes cumplir. Fingir ser otra persona por agradarle al resto no funciona. Los cambios efímeros solo te regresan al mismo punto de partida y probablemente, con más pérdidas que ganancias. En lo que respecta a mí, ayer me atacó la idea de dejar de fumar de nuevo así que veremos hasta cuando me dura.

4. No entregues todo por personas que no valoran tu esfuerzo.- Las amistades y relaciones se a construyen de a dos pues el afecto es recíproco y no puedes esperar que las personas permanezcan a tu lado cuando lo único que haces es alejarlas. No puedes perseguir a quien te trata con indiferencia y desprecio, que dispone de tu tiempo cuando es incapaz de ceder el suyo. No puedes maltratar a otras personas y esperar que te escuchen al menor reclamo. Si algo aprendí este año es a contener la respiración, a ponerme en la piel del otro y reemplazar los momentos de furia por una paz profunda y un par de audífonos. Las palabras son marcas en la piel y por ello deben ser empleadas sabiamente. La tolerancia viene con el tiempo y aunque la adrenalina y los ataques luchen por salir, siempre hay formas de mantenerlas al margen.

Este año que se va ha sido un año de cambios, retos, fuertes emociones y muchos viajes. Un ciclo más en la universidarks me asusta pero me motiva a superarme y no defraudar a quienes confían en mí. Siento que estoy creciendo mucho (No en tamaño pero si en corazón). Quizás lo más importante que descubrí este año es que siempre debes ser honesta con tus sentimientos, habla quien por años se guardaba las cosas por miedo (Y eso incluye la mitad de los posts de este blog) Para algunos puede ser intimidante, irritante o aburrido pero para mí es necesario. Si quieres a alguien: díselo, si quieres llorar: hazlo, si ya no puedes más: dilo. Pero nunca te quedes callada. Las emociones son muy traicioneras, pueden alegrarte como hundirte en cuestión de segundos. Como dicen, el que arriesga no gana y creo que ahora logro entender a que se refería esta frase.

Estos son mis humildes balances del 2013, claro que podría agregar muchísimas cosas más pero prefiero no hacerlo. Para el 2014 no tengo predicciones primero porque siempre me gustan las sorpresas y segundo porque así como no sé leer la hora ni atarme los pasadores, los calendarios nunca funcionaron conmigo.