jueves, 31 de julio de 2014

Yo también me perdí en el Colca


Creo que no es necesario decir que de deportista no tengo mucho, mejor dicho nada. A excepción de dos años en las que las recomendaciones de mis padres me llevaron a jugar fútbol y a un par de meses en el gimnasio más cercano a mi casa (Al cual, obviamente, también me daba flojera ir) los deportes y yo nunca hemos sido buenos amigos. En efecto, el único curso que he jalado en mi vida es Educación Física y las veces que me esforzaba el doble y hacía las cosas bien, los profesores no me creían. En conclusión, soy muy mala en deportes y no los practico hace tiempo.

Sin embargo, si en algo soy especialista es en ser terca. Sólo basta que alguien se acerque y me diga que no puedo hacer algo para hacerlo. Y es así que mi espíritu aventurero y mi aversión a los tours que ofrecen cerca a la plaza de armas, me llevó a tomar el camino largo. Preferí caminar 8 horas (Son 6 pero me perdí por 2) en vez de bajar tranquilamente el maldito cerro. Es cierto que no es tan difícil para quienes hacen deporte y tienen la ropa apropiada, pero en mi caso ninguna de las dos condiciones se cumplía. Para explicar un poco la situación (Y pondría una foto si es que mi antiguo celular no estuviera muerto):

a. Nunca llevo zapatillas deportivas a los viajes por lo que mis únicas compañeras fueron mis converse rojas. Sí, esas que sobrevivieron al Salar de Uyuni, a la torrencial lluvia de Ayacucho en Semana Santa y ahora a tierra, rocas, ríos y más tierra. De más está decir que no son las apropiadas para un trekking porque son delgadas y resbaladizas. Sin embargo, tengo la suerte de decir que sobrevivieron nuevamente y que aún puede leerse en lapicero negro el "embrace" que alguien me dejó escrito muchos meses atrás.

b. No encontré una mochila para llevar mis cosas porque se me ocurrió comprarla muy tarde así que en su reemplazo tuve que cargar una bolsa todo el viaje. Sí, una bolsa. Tenía hueco, era pequeña pero era del Super y el Super es muy chevere. En ella estaban todos los implementos necesarios: Una chompa, unas lecturas que jamás llegué a leer, un bikini que no me sirvió porque llegué tarde al Oasis y un cepillo que tuve que botar porque francamente me dio asco.

c. A falta de casacas térmicas o parecidos, fui con muchas chompas encima. Apropiado si quieres salir a pasear, incómodo si piensas caminar. Tenía cerca de 5 chompas (pero combinaban) y aunque quise quitármelas, decidí conservarlas para no atrasar mi paso. El único problema es que soy muy calurosa así que fue oficialmente una tortura.

Tal era mi atuendo que el chico que conocimos me dijo que si tuviera la oportunidad de recomendarle a alguien que no llevar a un trekking, me tomaría una foto a mí y la publicaría. Bueno, el punto es que decidí hacer el trekking. No pude pedir una mejor compañera de viaje que Emily. Me esperó a pesar de que caminaba más lento que ella, volteaba cada vez que un sonido con mis pies indicaba que estaba próxima a sacarme la mierda y no se desesperó cuando nos perdimos. Al inicio Chris y un perro que bautizamos como Harry caminaron con nosotras pero luego de bajar el cerro y llegar al puente, cada uno tomó rumbos distintos. Por decirlo en un tono menos poético, nos perdimos.

Una pareja que encontramos en una casa de San Juan de Chuccho nos dijo que debíamos seguir el camino del medio y algo más pero creo que realmente olvidé la última parte porque tras seguir la flecha por un tiempo, no encontramos nada. Fue gracioso porque a pesar de estar en el fondo del cañón tenía internet y señal así que cuando mi mamá me llamó no tuve más opción que decirle que todo estaba bien y que me buscara si me perdía (Hijita mándame fotos del Colca por whatsapp). Tras mucho tiempo caminando encontramos a una señora que estaba arreando a su mula y nos dijo que estábamos en el camino incorrecto. Nos dio mil indicaciones de las cuales sólo me quedé con izquierda, arriba y pozo. Ninguna de las 3 funcionaron porque aunque intentamos regresar por el camino, terminamos en el mismo lugar. Ahora entiendo esas escenas en la que la gente camina en círculo y recuerdo haberle dicho a Emily firmemente en un momento "Estoy segura de haber visto esa roca ahí". Lo estaba. Ya siendo las 3 de la tarde y sin tener la más mínima idea de dónde estaba, ya estaba pensando en lugares para dormir.

Nuestra frustración siguió hasta que encontramos la bendita mancha/flecha/vómito color naranja y nos dimos cuenta que un poco más arriba había otra flecha. Nuestra cara de felicidad fue única y dio para un selfie y un vídeo. Seguimos subiendo y escuchamos a gente talando madera. No nos respondieron y con lo miedosa que soy creí por un segundo que en cualquier momento aparecería un leñador con jean/camisa roja a cuadros y me incrustaría una parte de su hacha en alguna parte de mi cuerpo. Obviamente, no fue así. Caminamos un poco más hasta que encontramos a una señora que nos indicó el camino. Mi emoción fue tal que me tomé una foto con ella y le juré mi amor. Cuando luego de morir lentamente llegamos a la cima y vimos casas, me sentí de nuevo viva. Sólo duró un segundo cuando recordé que debíamos caminar 2 horas más si teníamos intención de quedarnos en un hotel o que alguien nos preste carpas para acampar afuera. El camino de bajada al Oasis fue mucho más sencillo a excepción del abismo que nos acompañó todo el tiempo, es mucho más fácil bajar que subir aunque aumenten las probabilidades de caerte en cualquier momento. A pesar de mi torpeza sobreviví al trayecto y aunque no disfrute de la piscina en el Oasis, tuve una maravillosa cena a la luz de las estrellas, una fogata y una vela.

No lo volvería hacer (Al menos en mucho tiempo) pero debo decir que me divertí muchísimo. Estar en el fondo del cañón con toda la naturaleza alrededor, hace que por un segundo te sientas una parte más del paisaje. Nada de guías ni tours ni un grupo grande de gente, sólo silencio para disfrutar de lo que observas y renegar de vez en cuando porque no tienes idea de dónde estás. Y aunque por un segundo no sentía mis pulmones (Otro motivo más para dejar de fumar) creo que nunca había disfrutado tanto de la suciedad ni de la longitud del camino. La libertad/oportunidad que te ofrecen tus pies al caminar y al lanzarte contra nuevas superficies son únicas. Es cierto que en la noche no podía sentir mis piernas y que aún una semana después me duelen los hombros, pero definitivamente tengo mucho que agradecerle a Arequipa y al Colca en esta oportunidad.

El día siguiente fue más corto, sólo tuve que subir 3 horas así que a cada paso me repetía "Si has caminado tanto ayer, definitivamente puedes hacerlo hoy" No me equivoqué y cuando por fin pude ver la plaza, respiré hondo.

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