viernes, 25 de abril de 2014

Mi celular y yo


Mi primer celular costó 30 soles y no vino en cajita. Papá Carlos me lo trajo en una noche junto a una boleta. No me gustaba porque no tenía Snake y tampoco puedo decir que le agarré cariño, porque sólo me duró un mes. Nadie usaba celular y, por tanto, no lo necesitaba. Digamos que papá, mamá y mi teléfono fijo pudieron esperar un poco más.  La única que lo conoció fue Daniella (Y seguro no se acuerda) la tarde que empezó a ilustrar su primer libro mientras yo inútilmente dibujaba angelitos y me robaba sus CD’s de 6 voltios del portadiscos naranja en forma de pelota. 

Mi segundo celular fue un Samsung del que no queda registro, era largo y delgado y con una antenita al costado que terminó destrozada (No es mi perro, soy yo) Es cierto que no tenía Snake pero era a colores y en una época en donde los celulares naranjas y azules abundaban, el mío logró causar sensación. De ese celular me quedan dos grandes recuerdos.

El primero me lleva al Jockey Plaza, luego de una caída mortal en el cumpleaños de una amiga decidimos ir a comer. En ese entonces, y quizás hasta ahora, no sabía amarrarme los zapatos bien así que paraba cada 5 pasos para enredar mis pasadores. Se me ocurrió sentarme al costado de una maquinita y de pasó, dejar mi celular debajo. Ya en el camino a casa (Como siempre) me di cuenta que me faltaba algo, que Papá Carlos me iba a matar por perder siempre mis cosas así que regresé corriendo y recorriendo cada local hasta que ahí, en la sombra, esperaba mi celular brillante.

El segundo se resume en un consejo: JAMÁS regalen su celular. El Samsung terminó guardado en el rincón de uno de los cajones de Mamá Marcia quien no tuvo la mejor idea de regalarlo sin mi permiso. Así, y sin querer, cayeron en manos erradas todas mis pseudo canciones. Algo así como Robin de How y Met your Mother y “Let’s go to the Mall” (#Ok, no tanto) pero igual de rochoso. “Mañana es mi cumpleaños/13 años voy a cumplir/Con torta de chocolate/Nos vamos a divertir” Han pasado 7 años y creánme que no falta año en la que a alguien se le ocurra sacar el tema y corear la canción. (Gracias Chicho, yo también te quiero)

Luego de ese vino el indestructible Sony Erikson. Digo indestructible porque Camila se encargó de matarlo en todas las formas. Desde jugar “camotito” en el patio del colegio para ver si se rompía, hasta enterrar la bolita del celular en las macetas para ver dónde estaba, mi celular pasó por todos los lados y manos posibles. ¿La razón? Nadie cree ni creía que podía tener un celular más de un año, así que su ayuda social era destruirlo conmigo y así lo hicieron.

El Nokia 3500 no se hizo esperar y con ella una versión de Snake animada. Primer celular Slide en mi posesión y primer celular que destruí por mi cuenta. Las franjas azules pronto se fueron saliendo y los botones dejaron de funcionar hasta el punto que empecé a usar un alfiler para poder escribir (#FirstWorldProblems) Mi papá no entendía si en verdad quería un celular o sólo un juguete armable, así que fue muy sincero y me dijo “Si el próximo no te dura, olvídate de todo” (Y vaya que me olvidé muy rápido)

Antes de mi primer nextel tuve mi último Sony Erikson, uno morado con tapita y que era Walkman. Tener música en el celular era una revolución que dejó al 107.7 en un segundo plano. Caminar cantando tus canciones favoritas con los audífonos puestos como a quien no le importa la cosa. Lástima que a mis amigas jamás les gustara mi música ni tampoco Frank Iero y que rechazaran mis múltiples intentos por ponerlos en las reus.

La era de los nextel llegó muy rápido para muchos (Salvo quizás Gustavo que se compró un nextel cuanto todos migramos a blackberry) Los celulares se fueron llenando de polvo y fueron reemplazados por esos ladrillos vintage sin cámara (en su mayoría) pero con botoncito. La época del alértame, de colgar tu nextel en el bolsillo, pantalón, cartera o cualquier superficie visible a más de 10 metros de distancia para parecer chévere. No entiendo cómo nunca me robaron pero agradezco que nunca lo hayan hecho y recuerdo ahora lo incómodo que era caminar con el clip por todos lados. Mi nextel no fue de los comunes, apareció un día en mi cama porque mi hermano lo encontró en la calle y me perteneció porque según él, era muy femenino para su gusto.

De ese nextel tengo muchos recuerdos. Los sábados en el colegio para la Confirmación, mis primeras reus, los viernes en la casa de Rossi escuchando música en su salita y quemando cosas con benzina hasta que la abuela nos bote, las amanecidas conversando hasta que ya no podía apretar el botoncito por el cansancio, el lapso de tiempo que te daba la alerta para reírte de alguien o tirarte un pedo sin que nadie se diera cuenta.

Luego de eso vinieron 3 nextel, cada uno me duró menos que el anterior. El primero parecía un blackberry (Que ese tiempo no conocía. ¡Ya no tenías que apretar una misma tecla para conseguir una letra! Y lo mejor, ¡Tenía cámara! Quizás no era muy resistente pero ocupaba menos espacio. Todo bien hasta que un día Calvin, que recién aprendía a usar sus dientes, se fue corriendo con mi celular en la boca. Corrí, lo cogí, vi mis teclas mordidas (Y esta vez no fui yo) y me resigné. Así estuve un par de meses, con teclas que tampoco funcionaban y que probablemente estaban babeadas, hasta que mi madre y sus miles de convenios con dentistas, oftalmólogos y vendedores de celulares me llevaron a mi próximo nextel: Uno con Slide, twitter y Facebook.

El primero me duró 6 meses y el segundo algo de dos, ninguno tuvo internet. Esos celulares me llevan a la PUCP, a mis huecos en el arbolito, a mis poleras y pantalones incaicos (los aretes de corcho que me vendió Illary también se suman), a los primeros amigos que conocí y que en su mayoría hasta ahora me acompañan. El primero se me perdió en la Bienvenida de Cachimbos (Desde ese momento juré jamás regresar a una y no lo he hecho) Las dos cajetillas de 10 de Marlboro blue que regalaban ocuparon todo el espacio y el cierre abierto dio paso a una propuesta realmente indecente. Gracias choro por reforzar mi teoría con la tecnología, gracias bus por dejarme en la mitad de la primavera perdida y no-gracias madre por insistir en comprarme el  mismocelular sabiendo las consecuencias. Un poco de pisco bastó para acabar con la era de los nextels y hacerme PING.

Me escapé en el hueco antes de mi clase de Matemáticas con Maritza Luna para ir a telefónica de Plaza y volver a mi cajita. Le juré a mi papá que no sabía que había pasado pero cuando me dijeron que había pisco en mi celular, bajé la cabeza y le pedí compasión. La abuela nos atormentaba con su blackberry y Male había impuesto su tendencia móvil hace siglos así que aprovechando una promoción universitaria, saqué a mi bebé.

A veces me sorprende que rápido nos adaptamos a la tecnología. Quien pensaría que ahora todos usan whatsapp, que ya nadie manda mil cadenas diarias por Jesús, José, María, el Burro y los venados o que ahora tener blackberry es ser un atrasado tecnológicamente.  Fue volver a Messenger por un segundo y ese segundo fue hermoso. Ordenar a tus círculos de amigos, crear grupos de conversación, poner mil estados con tu PING para que todos sepan que ya tienes bb, hackear a las personas en sus estados o nombres y enviar zumbidos. El blackberry resume la otra mitad de letras y sobre todo, mi amistad con Mapi y Micaela. Conversar antes de las prácticas de Amy y ver los mils PING’s, PONG’S, PANG’S de la abuela contándonos sus desgracias y hacerle screenshots con Munch Screen. Tomarle fotos a la abuela en todas sus facetas: Abuela empresaria, abuela tomando agua, abuela buscando llaves, abuela secando su chompa, post-its abuelísticos, abuela sirviendo el té o comprando el lonche, abuela estudiosa, abuela. También me recuerda a Ana Paula y a todo lo que un celular no debería ser (Pasar electricidad no es una función, Apa), a Bertha y las mil hackeadas de venados que tuvo su celular o a Renato porque nunca quiso tener un blackberry e incluso a Juan Carlos porque lo recibió en navidad junto a Marisol y eso me pareció muy tierno.  

Terminamos mi larga y quizás aburrida historia, con mi último celular: Un Motorola RAZR XT790 que aún tiene cajita. Ahora está malogrado y mi papá dice que lo arreglará, pero ya no me importa. En Ayacucho sufrí porque la batería está malograda y ya no me dura, ya no podía subir fotos o editarlas e instagram ni tuitear sobre los detalles de mi vida que a nadie le importan. Descubrí cuán dependiente me había vuelto de la tecnología y tras una semana, he vuelto a encontrar la calma. El próximo mes cumplirá un año conmigo y si las cosas salen bien, les escribiré a todas las personas que creían lo contrario (Sí, Camila). Aunque seamos sinceros no hay que confiarnos, mi blackberry se perdió 10 días antes de que se cumpla la garantía y mis 13 meses de esfuerzo se fueron en un segundo. Cuando el Motorola regrese es probable que vuelva a mi dependencia y a medida que avanza la tecnología y se transforman nuestros hábitos, vendrán más y más celulares que estarán ahí para recordarme nuevas personas y momentos.

Gracias al comentario de un amigo, escribiré sobre nuestra graciosa dependencia a la tecnología y desapego a la realidad. Bueno si me alcanza el tiempo y si soy capaz de articular luego de tanto más de 6 párrafos en una hoja.









domingo, 20 de abril de 2014

Embrace

Avanzábamos cuesta arriba luchando con las calles hechas ríos cuando Jaime volteó y preguntó curioso si en Lima también llovía así. Nos miramos las caras y no supimos que decir, así que sólo atinamos a reírnos y decirle que no. ¿Cómo explicarle que la lluvia en Lima es un chiste? Ese día recordé cuanto extrañaba la lluvia de provincia.   

No hay nada mejor que salir a la calle, levantar la cabeza y ver los miles de puntos caer sobre ti. Las gotas mojándote el cuerpo, el pelo, la converse rojas que me niego a lavar. Me encanta el sonido de la lluvia contra los techos, el aire hecho humedad, el agua turbia llorando en la avenida. Y mientras la gente nos miraba desconcertada y los paraguas se abrían en manos extrañas, seguimos corriendo felices por las calles ayacuchanas. 

Las primeras gotas nos llegaron en el carro, el granizo caía violento y la gente corría a buscar refugio. Bajamos sabiendo que nos esperaban 3 largas cuadras y quizás una caja de chela. Bajamos con miedo y con frío, llegamos a la Alameda con la adrenalina fundida en el cuerpo. El arte de saltar de una vereda a otra sin hundirte, de esquivar los riachuelos en cada esquina, de girar hasta no sentir tu cuerpo y no pensar en neumonía ni en pastillas. El arte de vivir el momento e irte en YOLO como dicen algunos, de llegar y que te reciban con secos de chelas y cantar, reír, bailar todo en un segundo.

Mientras corría no pude evitar ver mis zapatillas y leer las letras en tinta negra que hace tiempo me escribieron, creo que por fin entiendo su significado.


Gracias Ayacucho por la lluvia, por la gente y por mi ropa que aún no termina de secar. Nos vemos el próximo año.