sábado, 9 de mayo de 2015

Diálogos en una taza de café

Cogió la taza con la mano izquierda, haciendo un esfuerzo por no derramar el café mientras resolvía el crucigrama con la punta del anular, pensando en Francisco De Quevedo en artistas barrocos. Sintió el chorro amargo por su garganta, el líquido espeso quemando su piel, los ojos de esa mañana en la que sabía iba a morir.

Siempre leía periódicos pasados. El mes anterior, el día de ayer, mil novecientos noventa y siete. Por un tiempo asumí que era tan solo una de tus múltiples formas por reafirmar tu odio a los lustrabotas y relojeros de Madrid pero pronto entendí que era un método más de los muchos que empleabas para negar tu realidad e inventar mundos imaginarios. Pero claro, los criterios que emplean los periódicos para construir la realidad pueden ser muy cuestionables. La forma en la que se construye el sentido común, lo que debes saber para mantenerte informado y calzar dentro de esa élite intelectual que siempre te gustó etiquetar. Por qué no... digamos... ¿Por qué no plasmar la realidad tal y como sucede? La relevancia del peso muerto de una mosca sobre el borde de la taza de café, la armonía en la convivencia de las bacterias debajo de la suela del zapato, el hecho de que hoy te olvidaste de combinar tu ropa interior con las medias largas plomas que recibiste en tu cumpleaños.

Pensó brevemente en las personas que leían la carta en voz alta y lo repudiable que eran con sus preguntas sobre ingredientes extraños mal traducidos. 

Entonces dime, ¿Escuchaste su discurso? Sí, claro. (Un momento, por favor) Entiendo. Pero sí, tienes razón. No pude creerlo cuando lo vi. Diría yo que ha engordado. Sí claro, quizás no fue una buena combinación. ¿Qué diría Estela si lo viera sin corbata? Por supuesto, entiendo. No es una de las personas que ves y dices pues "Sí, tú llegarás a ser grande". Las ventajas de la educación, diría mi abuela. Pero mira ya ves donde está y sí... (El pastel de espinaca con tocino no estaría mal. Sí, caliente está bien. ) aún es muy temprano para advertir algo. Pudo ser peor, va a tener que cambiar un par de cosas. Su tacto, la forma en la que se resiente y finge que todo sigue su curso, la parada (Con aceite de oliva, por favor. Ah, y un expreso doble. Sí, el vaso de agua está bien. Nada de azúcar, por favor) Te sorprenderías de ver la heterogeneidad de estos nuevos locales alternativos. Es un grito contra el discurso y los fast food. ¿Entiendes lo que te digo? Mmm ¿Ejemplos? Ok. Te pongo uno, el bordado del mantel combina levemente con el tapizado. Claro, te hacen sentir en casa pero al final te traen la boleta y te preguntan si incorporarás la propina. Ajá, uno de esos. Manteles hogareños, hay tres coronas de flores ubicadas en distintas esquinas. Una tiene algo de azul. ¿Te acuerdas? ¡Exacto! Uno diría que está en Espinas y la agitación social que causó la santidad de Santa Rosa. Pero esa es otra historia. Sí, la carta también es alternativa aunque no está escrita a mano. Una pena. Ah pero la lámpara, la lámpara que cuelga encima del techo grita exclusividad. Que placer pensar que eres un simple objeto debajo de su luz. Y los cojines, cojines de colores como para recordarte que puedes sentirte cómodo. Estás en tu casa. Adelante, quítate los zapatos. Pero bueno, volvamos al punto. Su presencia, su presencia. Tú entenderás, tú ya has pasado por eso. ¿Sabes? Deberías estar aquí, así podríamos discutir de la gente.

Pensó en tantas cosas al mismo tiempo. La vereda en la que sentó hace dos años para leer la última carta que le daría al costado de una caseta de venta mientras repasaba las letras que le escribió en los zapatos que hoy lleva puesto. Los viajes en el bus los fines de semana tienen la potencialidad de transportarlo a muchas dimensiones hasta reparar que no se encuentra en ninguna y que hoy es martes y no sábado como el mundo busca hacerle creer. Los juegos de mesa y las cortinas con girasoles bordados que tenía la ventana superior de la casa con jardín, donde nunca faltaba pan francés con queso y jamón y, leche cortada caliente. Sintió un deseo por pararse encima de la silla, allí mismo donde había una persona dándole la espalda mientras hablaba por teléfono sobre discursos televisivos, británicos y cucharas. Hasta él tenía con quién hablar. Pensó en hablar sobre la injusticia de este mundo, decirle que se iba a morir ese mismo día y que no quería pensar qué hacer antes morir porque le parecía realmente estúpido manejar una lista con cosas que hacer. Decirle, repetirle, pronunciar sintiendo la lengua raspar los dientes, escupir si es necesario para procesar su humanidad, decirle que el local lo atrapó mientras caminaba por esta calle como quien te jala a bailar cuando estás desprevenido y que ahora estaba aquí, tomando un café amargo y comiendo la tartaleta de arándanos que tanto le recordaba a su infancia. Pensar que han pasado cinco años, quizás diez, quizás veinte o un siglo y mis huesos son solo polvo de estrellas como decía el trovador. 

Lo peor es que las personas lo subestiman por su ingenuidad. Pero tú y yo sabemos bien que es más inteligente que muchos de los que han estado antes ahí. Claro, Estela pensaría "Lo tengo en mis manos, he cambiado sus reglas de juego. Me ha traído aquí y mira tú como yo he cambiado todo en un segundo con mis condiciones". Diría, "Tú estás ahí porque yo te puse ahí, esas palabras yo las escribí en tu mente pero no te has dado cuenta" Pero la verdad es mucho más fuerte. Por eso digo que aunque es muy pronto siento que le irá bien. Porque él está midiendo a sus jugadores, a los adversarios, a sus futuros amigos. Está midiendo aquello que tiene a la mano, tendiendo puentes y leyendo sus cartas. No, no, no se trata de ridiculizar. Ahí te equivocas Pablo. Leer tantos libros británicos te ha consumido la intuición. Al contrario, es armar un mapa de reacciones. Ese es el verdadero poder. ¿Tú crees? Sí pues, quizás estoy siendo muy optimista. Probablemente estoy negando la posibilidad que sea una persona común, tan común como el tenedor que tengo ahora en la mano y ha pasado ya por tantas bocas. Definitivamente me da asco pero sabes bien las reacciones que genero cuando empiezo hablar de los cubiertos, la prostitución de los objetos diarios y la mecanización de los procesos básicos. Justo antes de venir pasé por una tienda para comprar un bloc de notas donde ahora dibujo mientras tú me hablas y me sentí abrumado por los estantes de objetos. Sentí que alguien iba a cogerme de la mano y ponerme en un estante. No estoy loco. Los objetos me miraban, las promociones me decían "Ven tú aquí, eres parte de nosotros". Compré rápidamente y me fui, sintiendo que si volvía a ese lugar probablemente cogería cinta adhesiva y me pegaría a un estante para observar a las personas. 

No quería acabar su café, porque sentía que cada sorbo lo confrontaba contra su futuro. Empezó a armar teorías, teorías que nunca pisaban la realidad. ¿Dónde quedaría toda su abstracción? ¿De qué servían todos sus pensamientos si era consciente que jamás podría ponerlo en una servilleta, en una hoja, en su propia piel? Entonces pensó cuál sería la canción perfecta en esta pequeña sala infantil en donde se encontraba. Zapatos de cuero encima del felpudo, mediasplomasdecumpleaños que causan sudor, camisa blanca apoyada en un respaldar enteramente rosado. Un lapicero empuñado con una jirafa alternativa (Vaya que todo era alternativo) mientras pensaba en el autor de Fuentovenjuna aquel martes por la noche que seguían insistiendo, era sábado en la mañana. ¿Lope De Vega? Por eso quizás no quería pedir la cuenta, porque era consciente de todo lo que tenía que procesar de camino a casa. Ah sí, la canción perfecta. Me parece que tú escogerías una canción de jazz. ¿In a Sentimental Mood? ¿Blue Train? Súmale un fondo en blanco y negro, un sombrero negro de ala ancha o una sonrisa espontánea en el marco de la puerta. Otra alternativa sería inclinarte por algo más contemporáneo (Encajarías mejor con el local) algo de Lord Huron o Alt J pero no combina contigo, así como estás ahora al menos no. No seré yo quien te diga que has envejecido y que te ves ridículo en una sala rosada, envuelto en cojines de colores en un clima y día como este. Ya que te importa si te vas a morir. Lo siguiente sería quizás ir a estas ferias circenses y subirte a uno de esos carruseles con caballos blancos o ponies. 

No me conviene desarrollar una fobia a los Centros Comerciales, tienes razón. Pero, claro, tampoco me agrada la idea de ver tantos objetos juntos en un mostrador, eso es lo que realmente me hace sentir plástico. ¿En verdad crees que soy impredecible? No te digo que ahí es cuando pienso que me entiendes. El discurso, los nuevos locales de este barrio, los cubiertos y ahora mi fobia a los Centros Comerciales. Acabo de voltear y he visto a un señor de unos cuarenta años mirando su taza fijamente, me parece que está un poco loco. Suelta palabras en voz alta y luego hace un ruido molesto, el sonido excesivo de sus pies con el piso rompen la quietud de este lugar. Está asesinado a una servilleta. Decía, me das la libertad para hablar aunque no entiendas de que hablo. No tienes esta manía de la mayoría de mis amistades de marcar ejes temáticos. Igual juegas conmigo. No, todo está bien. ¿Por qué crees que me molestaría? Todo lo contrario, es encontrar el argumento detrás del asunto. Me da risa que me desafíes para ver mis reacciones pero prefiero mantener silencio. Te juro que el sonido contra el piso me irrita. Está ido, completamente ido, suelto, medio muerto. El pastel de espinaca excelente, el café no tan bueno para mi gusto. ¿Te has dado cuenta lo mecánico que existe en todo esto? ¿En la construcción mediática del discurso de Ricardo? ¿En nuestra conversación telefónica? Un momento (Sí, con tarjeta. No me olvido de la propina, ¿Por qué me lo dice con ese tono desafiante? Agréguela, lo que usted diga. No, sin boleta. No me gustan los papeles) Su discurso feliz muere en sus hábitos capitalistas. ¿No te digo? Probablemente si se trate de un estilo de vida. Pero no aquí, definitivamente no aquí. Salgo para allá. ¿A las seis está bien? Compraré cubiertos. Perfecto.

Supo que era momento de pararse, de irse, de quitarse la ropa y correr desnudo por esas calles. A nadie le importaría, a él mismo le costaba encontrar la importancia de su propia vida en un día como aquel en donde se sintió perdido y enteramente ridículo.