domingo, 15 de enero de 2017

Marcahuasi

Tu cumpleaños venía con esto. Tenía una estructura sencilla porque lo más importante era el mensaje. Sin embargo, cada vez que volvía a leerlo, sentía la necesidad de re escribirlo de nuevo. Visto de ese modo, lejos de ser estático, el lenguaje rebelde me pedía no darle orden. Como buena oficinista, en algún momento la rutina superó la iniciativa y quedó relegada en palabras sueltas en mi celular. Artificios literarios del mundo contemporáneo.

Hoy, luego de un par de semanas complicadas, sentí que escribirte quizás sería una forma de hablarme a mí misma. No prometo una obra de arte porque eso dista mucho de mi talento pero si unas líneas sinceras para re (transmitirte) en una nueva forma un par de cosas. No son necesarias frases completas, sé que puedes ver a través de mis rezagos.

Quizás una cerveza.
Ricardo estaba equivocado cuando sugirió que la mudanza era fácil. O a lo mejor su alma de coleccionista no habían sido incluidas en su fórmula que en este caso si era suya De cualquier forma , no pudo ocultar la emoción cuando el folleto mal impreso apareció ante sus ojos.

Tenía unas letras grandes y amarillas en un inglés mal traducido y un mapa que más que guía parecía un dibujo minimalista. No había ningún indicio de cartografía sino puntos de colores de distinto tamaños y una leyenda al costado en donde todo parecía tener el mismo nombre.

¿Diez o quince años? No lo tenía claro. Pero en su memoria aún quedaba ese minúsculo viaje- pequeño sería exagerado en términos temporales- lleno de paradas por las limitaciones de su vejiga o la mirada de Renato cuando comprendió que no bromeaba al tomarse su cerveza.

Estas manejando- le dijo. Tómalo como una muestra de cariño. No quiero morir, me preocupo por ti y este es mi sacrificio. Aparte se enfría y a nadie le gusta la cerveza caliente.

Pero claro, esperas a que yo escoja mi marca favorita, dices que tú invitas y luego te la tomas en mi cara. ¿Por qué no me sorprende? Y frunció el ceño, en esa cara mitad burla mitad indignación.

Andrea atinó a reír en esa risa explosiva y tartamuda hasta que el silencio reinó en el cerro y continuaron el camino. Nadie les dijo que la subida era tan crítica y ella escondió sus nauseas bajo un rincón de la oreja. Subieron la montaña entre canciones, chocolates derretidos por el sol y una discusión sobre formas de secar el sudor en el carro.

Él tenía todo planeado, ella en cambio solo atinó por el abrigo, las zapatillas – las menos ideales para caminar y el gorro. Ni siquiera acertó en las medias, por su extraña obsesión por siempre mostrar los tobillos. Sin embargo, todo estaba resuelto. Dos bolsas de dormir, una carpa térmica, una mochila de viaje y la fuerza de Renato, que la ayudó a subir cuesta arriba una pesada maleta, de esas que tampoco uno debe llevar en estas circunstancias.  

Ya arriba, parando cada segundo para inhalar aire, llegaron el anfiteatro. Para mí una palabra exagerada. Yo preferiría decir un hoyo en medio de la nada, rodeado de rocas puntiagudas, fogatas de otra era y retazos de tierra azul que esconden caldo y mate en noches frías. Y así quedó la carpa puesta en la ladera del cerro, entre fotos bonitas y quejas por el suelo empedrado y el dolor de espalda.

Renato juega con crayolas
Los atardeceres tienen una atracción natural. El niño inquieto se siente artista. Intenta descifrar la escala de colores, piensa que puede coger uno nuevo para hacer un trazo en el cielo. Allí azul, quizás morado. Que tan lejos estamos de esa realidad. Porque vamos, es probable que nuestro intento acabe en un mal garabato. En todo caso, no hay nada mejor que ver un atardecer en medio de la nada. Eso es lo que pensó Andrea al apoyar sus piernas en la tierra, recibiendo cada ola de aire como viento nuevo.

Envueltos en el canto de las rocas, en un silencio amigo y solitario, recibieron el paraíso en sus ojos. No hay mejor recuerdo que la vista aunque la tecnología te anime a decir “Mira, yo estuve aquí” No creo que una cámara pueda recoger lo que vieron. Porque la imagen sin sonido, sin contexto ni emociones, queda en un mero retrato de un atisbo del momento y es aquel momento infinito, el que suma otra capa más en la piel.

Para ella, una representación teatral. Sombras que se sobreponen a sombras que se sobreponen a sombras que contrastan la luz. Como si allí abajo, en aquel lado desconocido, algo o alguien elevara ante sus ojos esas figuras. Para él, un mar de fuego. ¿Se habrá dado cuenta que suaviza la voz cuando reflexiona? Para ambos, un recordatorio de su mortalidad que quedó probada al momento de bajar luego de perderse e intentar recrear la luz- artificial, tonta, banal- con uno de esos celulares de moda.

En ese momento, le hubiera gustado decir gracias. Gracias porque no se me ocurriría otra persona para compartir este instante. Gracias porque aunque anheles una buena fotografía, no te la daré. Menos contigo allí adelante. Y no te la daré porque no quiero intentar. No te la daré porque me parece una burla. La belleza no se reta, solo se asume.

Esferas de noche
Él más avezado le diría “No aprovechaste la noche porque no viste la tormenta de estrellas” A lo que ella respondería “Para qué verla si pude sentirla” o “La definición del destino viene socialmente construida”. En cristiano, si la idea del viaje recaía en ver la tormenta de estrellas para ser un testigo más de lo natural, prefería no hacerlo. Se movía por sus impulsos. No quería la foto del paisaje o la cara feliz detrás del monumento. Quería la experiencia y la experiencia podía venir en muchas formas. Podía venir, por ejemplo, en una lata de atún mal abierta o en la desesperación de prender la fogata luego de usar todos los artificios disponibles por el mercado. Y esas dos cosas- la cena y sus mañas para producir el calor- es casi lo único que recuerda de esa noche oscura. Quizás, porque se pasó la mitad del tiempo durmiendo o probablemente, porque es lo único que quiere recordar.

Cuesta bajo rueda un tomatodo
El silencio es la mejor forma de arreglar las peleas. El silencio y la distancia. Al menos, a mi juicio, en las buenas amistades. No hay premura por llenarse de reclamos porque la intensidad no soluciona mucho aun cuando pueda extenderse como resentimiento.  No es una forma de evitar hablar, sino una muestra de protección. Allí donde las palabras puedan herir, qué mejor que suavizarlas.

El día arrancó con una caminata y varias fotos encima de montañas. Cada una con un nombre distinto. El delfín, el elefante, la mujer comiendo un plato de habas. Hay un tema con los nombres. Por un lado, es útil para darle sentido a lo que ves. Por otro, te hacen sentir estúpido cuando no ves lo que todos afirman ver. Puede que el resto no vea nada pero el mero hecho de decirlo, hace que cuestiones si te faltó aprender algo en algún momento de la vida. ¿Acaso no lo ves?  Mira ese es el ojo, lo de arriba la ceja y dicen que la abertura del lado derecho es una herida de guerra.

Prefirió no forzar la mente para entender todo, aunque atinó con un par de figuras. Le gustó más la idea de caminar, ponerse un nuevo fin de rato en rato para no cansarse y concentrar la otra mitad de sus fuerzas en no caerse. La cara de emoción de Renato, la burla escondida a las quejas del resto, su sinceridad al decir “increíble”, todos elementos hicieron la ida más llevable. Hasta que el tiempo se cortó por un acto estúpido, concreta expresión de su nerviosismo.

Entendió su molestia como un agregado de cosas. Y allí entra una teoría con las expectativas, las imágenes de lo que uno espera vivir y la negación a vivir de otra forma. Pero eso da para otra reflexión, probablemente mucho más aburrida de la que vengo escribiendo. Lo quiso un poco más cuando se perdió porque apreció más su compañía. Puede verse como algo instrumental. Con una orientación básica de izquierdas y derechas que se mezclan en su cabeza, la oración está hecha. Pero no fue eso. Fue la posibilidad- siempre temporal- de alejar lo incondicional. De aquello que se mantiene en el tiempo, a veces intermitente e irreconocible, pero allí está.

Y de allí en adelante, lo que restó fue silencio. Por eso tampoco le desagradó la idea de separarse. Cada uno en su soledad, en su propio ritmo, terminaría de entender el camino. Bajar no fue sencillo, más cuando los carteles extendían el conteo final y cuando el camino era una mezcla de tierra lisa, piedras y escaleras. Cada vez que creía estar cerca, algo le recordaba que solo había avanzado doscientos metros. Gracias a quien inventó el arte de medir. Esperaba que estuviera bien y que su instinto de cortar camino lo llevara al puerto correcto. Evidentemente a él le fue mucho más fácil. Estaba mejor equipado para salteare el camino y meterse por rocas y atajos. Ahora entiendo porque llegó una hora antes.

Cuando le alcanzó la botella de agua y le ofreció un cigarro, sabía que el tiempo había vuelto a correr. Faltaría unas horas más para volver al centro. No solo habían cumplido su promesa, lo habían hecho juntos.

A modo de cierre

Existen distintas formas de escribir y cada una responde a un distinto momento. Hoy puedo optar por un rompecabezas, mañana describir la textura del suelo. Quizás esta vez me salté muchos detalles. Nada sobre las luces verdes, el baño, el resto de la tribu. Visto de un modo, no había nadie más en ese techo lleno de turistas. Visto de otro, la compañía basta en cualquier terreno. Prefiero quedarme con lo segundo. Son estas imágenes cargadas de sentimiento, dichas esta vez de frente sin tanto mundo paralelo de por medio, las que me hacen recordar el arte de sentir. Hoy no interesa mucho quién despierta a quién sino quién despierta contigo o se interesa por saber- de cuando en cuando, cual chequeo médico- que sigues despertando en tus pseudo sentidos.