miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Quién despierta al despertador?


Ocurre que cuando esas bolsitas de sueños perdidos aparecen de cuando en cuando bajo mis ojos, llego nuevamente a la conclusión de que el sueño se escapó antes de tiempo y que por tanto, me espera un largo día. Minutos que caminan por sí solos y avanzan desenfrenados pisándonos los talones mientras nosotros, seres de más carne que hueso, corremos de un lado a otro en la búsqueda absoluta de la palabra precisa o el horario correcto.

El ir y venir de un lado a otro nos deja extenuados, la idea de levantarnos temprano suele ser aterradora y se asocia automáticamente con una ópera de bostezos, gritos y maldiciones (A lo que Carmina Burana). Pero si nos detuvieramos únicamente un minutos de "nuestro valioso tiempo" y pensáramos las cosas dos veces quizás nos daríamos cuenta y sin mucho esfuerzo, que hay alguien que se nos despierta día a día (Y por nuestra culpa, claro está) antes que nosotros. Me refiero al señor despertador.

¿Quién despierta al despertador?

Es una pregunta que para muchos puede resultar realmente estúpida pero que creo merece ser contestada. ¿Acaso se han puesto a pensar que quizás nuestro señor despertador es un desgraciado con alma de autodidacta y se despierta diariamente a sí mismo? Eso resulta sumamente curioso al constante que nuestro despertador cuenta a su vez con un reloj biológico.

Un reloj
dentro de otro reloj
dentro de otro reloj
queda la hora


¡Endoscopias a relojes enrelojados que caminan ofuscados bajo el aeropuerto! ¡Relojes con complejo de juego de mesa! ¡Alto ahí señor reloj, prohibido llevar manijas punzo cortantes bajo el pecho! Y a continuación el desbaratajo de una pobre alma que nació para dar las hora de su muerte.

Se me ocurre también que quizás ese sonidito aflautado que suele sacudirnos en las mañanas, cuando el frío mezquino se cuela por la esquina de ventanas malcerradas e impulsa ese vientecito suave que camina jocoso hasta la punta de nuestra nariz, no es más que un tierno ronquido de recién nacido que duerme plácidamente a nuestro costado.

¡Y que menuda manera tiene el hombre de callarlos! Especialmente cuando nuestras manos aún tanteando a ciegas, lo zarandean sin son ni motivo de un lado a otro. Esas que con dulzura (Y desinfectante, efectivamente) los acicalan a diario como un niño en sus noches más tristes y minutero después, los silencian para dormir en un sueño lindo y distante. Paros cardiacanos que han dado a luz en la más honda oscuridad y mientras el día pasa, otro acto de defunción con nombre y apellido queda en el aire. (Justicia por los relojes muertos, un vacío de silencio)

O quizás, nuestro nivel de indiferencia nos ha impedido ver que nuestros relojes son víctima de una cruel alergia. Los estruendos estornudos que solemos escuchar cada mañana son señales de alarma. Dicen nuestras fuentes primarias que una plaga de duendecitos azulejos emergen por las noches en nuestros profundos y



(c) Cosquillas.- ¡Sí, como lo escuchó C O S Q U I L L AS! resulta que existe un individuo aún no identificado conocido vagamente como duendecito azulejo que no sólo habita en nuestros sueños sino que tiene una fascinación por hacer vibras relojudos.


Pero, sin embargo, considero que sea cual sea la respuesta y efectivamente existe alguna, el estado debería encargarse de defender sus derechos. Los relojes despertadores mañañeros sucumben día a día a nuestro cruel dominio. ¿Quién nos ha dado el derecho a callarlos? ¿A ahogar sus risas y cantos en la profundidad del silencio? ¿Dónde queda la libertad de expresión? Henos aquí nosotros, los reyes tiranos, torturándolos a nuestros horarios de oficina, a cuanto plan cuadrículado surge en el pie de página, amarramos sus líneas y manijas a diario en fórmulas matemáticas sin ton ni son.










lunes, 5 de marzo de 2012

Medio escolar a cincuenta céntimos


Este sudor veraniego me empapa lentamente cada vez que tus manos sudorosas me arrebatan de señores diferentes. Soy igual a muchos pero a la vez único, mis tonalidades y palabras juegan de colores y aunque mido igual que ellos en el fondo sé que llegaré muy lejos (A donde tú me lleves, amigo mío) El calor se escabulle lentamente por debajo de tu sudor, lo recorre como un río caudaloso y llega presura a mis poros hojarescos. Muchos de los míos parten a diario... somos una tribu que líder ni destino, que se pierde en el vano intento de una revolución armada de bolsillos y alfeizares.

Somos una página que se arranca para nunca más volver y se pierde en esas olas tintorescas que llevamos marcadas desde nuestro nacimiento. Eso es lo que somos, esclavos del sistema. En manos de todos pero al mismo tiempo de nadie... volamos en palmas diversas, dedos maternarles que nos acogen tiernamente en su regazo y nos mecen ronroneando bajo la penumbra de un largo viaje; otras yemas duras marcadas por los trajines de la vida que nos despellejan la piel con tan solo rozarnos... grietas suyas y nuestras, de lado a lado corremos sin paradedo definido, desgraciados los hijos que no tienen a donde ir.

Si al menos prestarás un poco de atención a mi existencia, si dejarás de enrrollarme de una o cual manera y me quisieras tan solo un poquito pero prefieres hacerme bolita, mirarme de reojo con indiferencia y lanzarme como un proyectil que nunca aprendió a volar. Prefieres convertirme en un garabato indefinido, en un pastiche de letras pérdidas que no saben de coordenadas, alineaciones o fórmulas matemáticas. Y aquí estamos, hundiéndonos unas a otra en la inútil lucha por salir en la superficie mientras el ocaso cae por el alfeizar de tu ventana y la noche se vuelve dura y ciega.

El aire me balance de izquierda a derecha, de arriba abajo de cuatro a tres y siento poco a poco que mi respiración se agota en cada poro de mi alma. He caído en el inframundo de los parajes pasados perdidos, el destino de otros tantos que como yo nadan en rincones. Me he convertido en un pequeño triste rehén de estas paredes deformes y oxidadas que crujen cada vez que alguien las toca. Ustedes arriba están en la gloria y abajo nosotros, los desgraciados, solo queremos tocar el cielo. Todo es más oscuro y turbio bajo el calor de tus piernas.

Aquí no sale el sol, no hay invierno ni frío ni patria ni raza. El polvo nos baña con su suave aliento y sopla en nosotros el hálito de la muerte. Sí, somos las rarezas de un mundo que nos abandonó sin siquiera partir y hoy nos deja agonizantes en el mar indiferente de muchos que como tú, nos sueltan en paradas inconclusas (Semáforos con bebe baja). El fin está cada vez más cerca, la ilusión es tan solo un vaho difuso que cae sobre nosotros y vivimos rendidos a que un día tu palma tantee la nuestra y volvamos a ser uno en el mundo de los pasajes de micro perdidos. Esperemos que no sea muy tarde, señor pasajero, dama o caballero.



jueves, 1 de marzo de 2012


"Sólo sus ojos, frente a la neta negación del cielo esplendoroso, mostraban un dolor en el que latía una dramática grandeza. Tremaba en ella la agonía. Eran los ojos de la vida que no quería morir" (Alegría: 230)

Moriremos enterrados en esta tierra infertil
Que ha perdido el sabor y color de los días más tristes
Nuestros cuerpos nadarán bajo el sol abrumador
Cual olas de sangre seca ahogadas en la espuma
Sedientos y escasos
N o s otros (No les hagan caso, no son otros)
Los perros hambrientos

La satisfacción de leer un buen libro es inexplicable, es una cosquilleo que te colma de pies a cabeza... una estado de trance que no tiene inicio ni final y puede acaparar sueños bellos o pesadillas deleitantes. Ciro Alegría encarna ambos, autor peruano por excelencia, su corta obra narrativa fue suficiente para generar hasta un mundo apasionante y complejo.

¿Qué es capaz de hacer el hombre por necesidad? ¿Cúal es el límite entre hombres y animales? son interrogantes que aunque aparentemente predecibles, siempre rondan mi mente. A veces... a veces creo ser un animal con complejo de hombre, una especie de espía enmascarado que ronda las calles bajo una faceta humana y otras me detengo y me doy cuenta que quizás mi afán más hondo es ser animal. Animal y hombre, hombre animal... animal en hombros...

Las cosas que quizás hoy escriba carezcan de sentido, como todo lo último que viene surgiendo en mi mente. Soy una pequeña explosión de días fatídicos, de palabras que ya no encajan la una con la otra, de puntos que en vez de separar juntan cada vez más las cosas... de estados en coma y punto aparte.

Los perros hambrientos aullan bajo la noche y yo aullo con ellos, aunque no lo sepan, en mis sueños.

He aquí el esquema de algo que empezó y no debe acabar, al menos que me invada una nostalgia elefantística..