domingo, 20 de abril de 2014

Embrace

Avanzábamos cuesta arriba luchando con las calles hechas ríos cuando Jaime volteó y preguntó curioso si en Lima también llovía así. Nos miramos las caras y no supimos que decir, así que sólo atinamos a reírnos y decirle que no. ¿Cómo explicarle que la lluvia en Lima es un chiste? Ese día recordé cuanto extrañaba la lluvia de provincia.   

No hay nada mejor que salir a la calle, levantar la cabeza y ver los miles de puntos caer sobre ti. Las gotas mojándote el cuerpo, el pelo, la converse rojas que me niego a lavar. Me encanta el sonido de la lluvia contra los techos, el aire hecho humedad, el agua turbia llorando en la avenida. Y mientras la gente nos miraba desconcertada y los paraguas se abrían en manos extrañas, seguimos corriendo felices por las calles ayacuchanas. 

Las primeras gotas nos llegaron en el carro, el granizo caía violento y la gente corría a buscar refugio. Bajamos sabiendo que nos esperaban 3 largas cuadras y quizás una caja de chela. Bajamos con miedo y con frío, llegamos a la Alameda con la adrenalina fundida en el cuerpo. El arte de saltar de una vereda a otra sin hundirte, de esquivar los riachuelos en cada esquina, de girar hasta no sentir tu cuerpo y no pensar en neumonía ni en pastillas. El arte de vivir el momento e irte en YOLO como dicen algunos, de llegar y que te reciban con secos de chelas y cantar, reír, bailar todo en un segundo.

Mientras corría no pude evitar ver mis zapatillas y leer las letras en tinta negra que hace tiempo me escribieron, creo que por fin entiendo su significado.


Gracias Ayacucho por la lluvia, por la gente y por mi ropa que aún no termina de secar. Nos vemos el próximo año. 

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