martes, 27 de mayo de 2014

Adiós libertad, hola celular.

Hace tiempo comenté que Papá Carlos me había regalado un reloj (reloj, por cierto, que hasta ahora no me atrevo a usar) azul, delgado y bonito pero al fin y al cabo un reloj. Ese día se me vino a la mente el texto de Cortazar "Instrucciones para dar cuerda a un reloj" que también compartí y cuando un amigo dijo que los celulares (mejor dicho, los smartphones) eran los nuevos relojes de esta época no tuve más opción que estar de acuerdo. 

Esa noche me quedé viendo mi celular fijamente, preguntándome si era realmente un amigo y noté que esas lucecitas de colores no me perturbaban tanto como el tic tac que vibraba en mi habitación hasta que caí en la cuenta que había interiorizado mi dependencia hasta el punto de creerla normal y necesaria. Entonces, en uno de mis ataques de voluntad que últimamente parecen dar resultados, decidí dejar de usar mi celular al menos por un tiempo. 

Lo dudé un par de veces pero creo que el viaje a Ayacucho (Que no recuerdo si fue antes o después) terminó de mostrarme mi adicción. Cuando mi celular empezó a fallar me desesperé: No podía responder mis correos ni tomar fotos, no podía ver google maps o actualizar mis redes sociales para ver si tenía alguna maldita notificación. La bateria cada vez duraba menos y mis intentos por hacer que cargue llegaron a extremos ridículos que fueron desde amarrarlo con el mismo cable hasta dejarlo en el borde de una silla. Cada uno funcionó menos que el anterior y tras mi desesperación, me di cuenta que realmente debía dejarlo a un lado y seguir mi vida normal. 

Así que luego de un intento fallido por arreglarlo y de ver que mi familia ya había aceptado el hecho de que no les iba a contestar ninguna llamada, me arriesgué por tercera vez. Los que me conocen saben que sufro de ansiedad y por tanto tengo la necesidad de jugar con todo lo que tengo a la mano y de paso, destrozarlo. El primer día sentí que me faltaba algo (O como diría Mapi, mi brazo) repetía el patrón con el índice de la mano derecha una y otra vez en el aire, me tocaba los bolsillos a cada minuto sin encontrar nada y llegué a creer que una lucecita verde me miraba a lo lejos. Quizás suene exagerado pero por un minuto me sentí en Requiem for a Dream sólo que en vez de una refrigeradora, era mi celular el que me llamaba en las noches rogando porque lo prendiera.  

La semana pasada me llegaron mil ultimatums al mismo tiempo. Me dijeron que era una desconsiderada por apagarlo de golpe y no avisarle a nadie, que tenía que prenderlo porque los correos urgentes no pueden esperar, que en el google calendar estaba todo y que eso de pedir saldo, megas o acudir a teléfonos públicos es una pérdida de tiempo y paciencia. Ante esto mi inocente plan se vio desarticulado por un mundo cada vez más tecnológico donde el visto es una falta de respeto y el dropbox tu mejor amigo. Creo que esto se ha acentuado o yo he crecido, porque mis 3 meses sin celular el año pasado y los otros 6 hace dos años no parecieron tener tantas repercusiones en vida social. Sin embargo, antes de regresar al mundo de los snapchats, quiero anotar algunas conclusiones:

(1) Estar sin celular significa andar con sencillo o tener amigos que realmente te aguanten. En estas 5 semanas he visto caras de odio (Lo siento Moroco) pero también he desarrollado una relación de amor/odio con los teléfonos públicos. Arriesgar mis monedas con la esperanza de recibir vuelto, buscar en el rincón de mis bolsos y carteras (Porque aún no me compro una billetera) mi salvación o sacar papelitos rogando porque el número sea el correcto se han convertido en mi día a día. 

(2) Significa también ser más puntual (Cosa que no soy) o rogar porque la gente te espere. He perdido la cuenta de cuántas veces he corrido últimamente, de mirar arriba y abajo para encontrar a la persona que buscas o de preguntar direcciones a cada persona que encuentras en el trayecto. Quizás eso te quita seguridad porque no sabes si estás en el lugar correcto #ChucuitoCorazón o porque no puedes llamar para saber si la otra persona entendió tu mensaje pero te da a cambio espontaneidad y eso es algo que valoro mucho. Me encanta disfrutar mis situaciones y alegrarme por cosas que a otros les pueden parecer insignificantes. Ayer, por ejemplo, tuve que caminar 8 largas cuadras para hallar una bendita cabina de internet donde me atendió alguien en un japonés que no sé hablar (Porque claro, apuntar números puede ser muy mainstream) y aunque regresé sudando, valió la pena. 

(3) Significa tener lapicero y papel a la mano. Las hojas bond, los tickets de micro, los post its e incluso mi piel resultan superficies ideales para anotar direcciones, números telefónicos, códigos postales. Disminuyen las probabilidades que te roben pero aumentan en el camino las posibilidades de que se te pierda. Esto sumado a mi costumbre inconsciente de romper los papelitos o doblarlos en 7 hacen que descifrar su contenido sea todo un reto mental o a manera más simple, entender qué chucha escribí. 

(4) Perderte de los planes de tus amigos eso implica cumpleaños, almuerzos en el Campus, lonches o puchitos en el pasto. He escuchado muchos "Te lo puse por whatsapp" o "Lo dijimos en el grupo" que me han hecho sentir culpable. 

Pero quizás lo más importante significa darte tiempo y disfrutar tu soledad. No preocuparte porque alguien te habló y comenzar a hablar de nuevo contigo misma. Decirles a las personas que lamentablemente no estás disponible las 24 horas y que llamar a las 2 de la mañana no se ve bien en ningún lado. Es recuperar tu condición humana, tus hábitos y costumbres, desconectarte cuando quieres y porque quieres y hacer respetar tu horario. Sin embargo, he decidido que la próxima vez al menos daré un pequeño aviso para así evitar que la gente piense que no le contesto porque quiero. (No se preocupen, siempre estoy dispuesta a contestar con caritas felices)  

En estas semanas he abandonado esa posición notredamesca que había adoptado y he aprovechado mi tiempo para disfrutar del paisaje que me rodea, he retomado mis conversaciones con extraños dispuestos a darme la hora o conversar sobre un libro, he podido mirar a mis amigos de frente mientras almuerzo y escucharlos realmente. Sé que esto no aplica de la misma forma para todas las personas, algunos somos más obsesivos que otros, pero debo admitir que he recuperado al menos parcialmente mi libertad. 

Siguiendo a Cortazar, cuando te regalan un celular te regalan la necesidad de cargarlo todos los días, la obligación de cargarlo para que siga siendo un maldito celular, te regalan la obsesión de atender la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. No te regalan un smartphone, tú eres el regalado, a ti (Sí, a ti)  te ofrecen para el cumpleaños del smartphone.

No hay comentarios:

Publicar un comentario