domingo, 24 de junio de 2012

Took the meat out of my mouth

Soy consciente de que debería estar estudiando para mis hermosos finales pero una fuerza extraña me trae aquí, ata mis manos a teclas difusas. Sé que más tarde no será lo mismo aunque la confusión se seguirá propagando por cada rincón de mi estúpida mente. 

Hoy no me toca hablar de teorías genéticas de despertadores ni menos de reencarnaciones en resaltadores que gimen al borde mi cama (Si buscan eso pueden cerrar los ojos o bajar al pequeño amigo de la mano derecha) Hoy no me toca hablar de tantos otros objetos inanimados que merodean en mis sueños y que tanto me fascinan y enredan. Hoy quiero hablar de mí. 

Todos mis amigos, supuestos familiares o cualquier otro espécimen humano sin nada más que hacer un domingo por la tarde y que viene a parar en estas líneas ciertamente inútiles, debe saber o deberá (en todo caso) que tengo tendencias adictivas. No por nada el cigarro, los fulls jeje, la carne y sobre todo el vino han sido mis mejores amigos desde entonces. Quizás es la ansiedad, quizás es la necesidad de llenar de alguna manera mi alma o de retenerla (No todos podemos abrir los ojos) o como bien dicen los que más me conocen, mi estúpida necesidad de complicarme y justificar mis impulsos. 

Es ciertamente impresionante como en tan pocos meses la vida puede dar un giro abismal y llevarte por senderos mejores (O quien sabe peores en el fondo) He renunciado a tantas cosas que antes me amarraban, a tantas bocanadas de humo que cual aire alimentaban mi sed. Llevo cuatro meses sin casi fumar y yo y mis bolsillos (Y todos los amigos a los cuales alguna vez les robé un pucho) nos sentimos realmente contentos de haber dejado esos veintecuerpocilindricos diarios. Admito que al principio sentía que me faltaba el aire, que extrañaba esas tardes afectivas en el gran parque en las que 10, 20 o 30 puchos pasaban desapercibidos. Admito también, que extraño esa sensación de ansiedad subiéndome de pies a cabeza, corriendo de un lado a otro en búsqueda de un puto encendedor o dejando de comer. Pero debo reconocer, al fin y al cabo, que me siento mejor. Muchísimo mejor. O al menos eso quiero creer, así que intentaré que no sean cuatro sino cinco o seis o quien sabe muchos más. 

La única parte mala de todo ello es que mi olfato super desarrollado ya no puede reconocer ese aliento biscoso a kilómetros de distancia y ha perdido la relación de marcas infinitas, tamaños varios que acompañan a esa dulce melodía nicotomana. (Nada de éticas aquí, por cierto)

Pero eso no es lo más importante, hoy en mi plato aconteció algo sumamente extraño.


No pude comer carne de res
(Intenten hacer ese silencio  o exclamación tan divertida de las películas baratas) 


No me pregunten por qué, porque mis hábitos canibales y yo misma no lo entienden y aunque suene ridículo,  me cago de miedo. Es cierto que he mejorado e un montón (Las ensaladas de 5.50 de la cafetería de letras y yo hemos desarrollado un vínculo amoroso) Caminar, correr, saltar, reservar mis chocolates favoritos para después y luego para después y después para nunca, ha sido un sacrificio que tuve que aceptar. Pero cierta parte de mi se rehúsa a aceptarlo.


No me arrepiento, las punzadas infernales se han desvanecido y ahora puedo pararme sin ningún problema. Los días se han encargado de re configurar mi pasión indómita, más de lo que alguna vez pensé. Verde por todos lados y árboles que yacen aplastados debajo del tenedor. Son los colores vivos y no muertos lo que recorren sutilmente mi paladar y descienden hacía abismos mejores. 


Todo se mezcla en un plato, en un segundo, en un bon apetite sin sangre.


Hoy no caímos en la orgía perpetua ni en la muerte lenta del banquete de Pessoa. Los golpes de estado mentales se han desvanecido. Cada uno ha tomado su rumbo o al menos, hasta que despierte de este sueño apacible.


Took the words (¿Or meat?) out of my mouth- Meat loaf










No hay comentarios:

Publicar un comentario