jueves, 4 de mayo de 2017

Avances en el estudio de la objetología urbana

A la comunidad académica,
El desafío de andar por el mundo sin perder las cosas, es uno de los retos diarios que afronta el hombre. A mi juicio, el más difícil aunque nadie recaiga en ello. Y es que esta idea de propiedad, tan instaurado en el consumismo de vereda, nos hace sentir reales idiotas cuando se deja la billetera por allá, el pastillero por aquí y las medias bajo cama ajena.
Decía este autor “y no que esté mal si las cosas no nos encuentran otra vez cada día y son las mismas”. Pero, ¿Qué hay cuando deciden escaparse a tientas para darnos la peor de las lecciones? Así es. Y es que luego de dedicarme a la ciencia de la objetología durante años- porque de algo hay que vivir- he llegado a la conclusión de que estos no se pierden, se esconden. Vaya descubrimiento, me dirá el más testarudo, mientras de sus labios secos crece un ánimo de burla. Pues bueno, que más da. Estoy decidido en que los objetos se escapan por intervalos desesperantes, para desdicha de quienes no podemos cruzar la puerta sin el celular en el bolsillo. El objeto de esta artimaña, apuntan mis primeros hallazgos, recae en un juego que no ha sido hecho para nosotros sino a costa nuestra.
Pongamos un ejemplo práctico. Hace tres semanas, mis audífonos decidieron darme la contra. Desde entonces, me dan pistas de querer escaparse. Sucede de la siguiente forma: los meto en la cartera y aparecen en mi cama, intentan escaparse por los bolsillos del pantalón o de la mochila y de vez en cuando, aparecen en lugares recónditos. Como hace un par de días, que amanecieron boca abajo en el tendedero de ropa.  A veces, sin embargo, se arrepienten en el camino. Y es así es como, de repente, tengo al conductor en el teléfono diciendo: Señor, creo dejó unos audífonos blancos en el carro. ¡Victoria! He intentado seguir sus pasos con vano éxito. Coloco alarmas en la noche para rastrear su paradero. Nada, no se mueven. Pero apenas apago la luz para caer rotundamente dormido, caminan en bolas hacia el mejor escondite.
A los pseudo intelectuales, amantes de moscas, chompas de cuello alto y alpargatas de lona les digo: Estamos frente a un fenómeno real, un complot de gran envergadura. Una tarea científica cuyo menester es ser cumplida con escrutinio y rigor. Así pues, resulta que la simple labor de guardar cosas en su sitio o tener todo bien puesto empieza a tener tintes de una amarga ilusión. Pronto serán mis audífonos, quien sabe después mis zapatos hasta que un día, así como si nada, se me escape el riñón cuesta arriba por la calle a siniestras.
Añadidura. El autor de este discurso, del que no tenemos nombres ni apellido, pidió agregar un par de líneas. La verdad no entendimos mucho lo que quiso decir, así que lo transcribimos de forma literal para el buen entendedor, si es que existiese alguno: Afuera llueve, he decidido permanecer dentro. No es una medida cautelar, sino permanente. Mi primer estudio de caso ha sido exitoso. Siendo las tres de la tarde de un miércoles apabullado, mis audífonos han desaparecido. Los he visto saltar desde la ventana, sortear la pista uno tras otro hasta alcanzar la esquina de al frente. No queda entonces rastro de su existencia, ni aún un eco de alguna canción pegajosa. Menos una carta de despedida. Ahora yazgo en un rincón de este cuarto, en un silencio fortuito que amenaza con llevarse también mi piel a la avenida.

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