lunes, 6 de junio de 2011

La prueba del délito

Digamos que la música ha vuelto a conquistarme, hemos anulado el proceso de divorcio y emprendido una dulce reconciliación. Me encanta abstraerme en los sonidos difuntos y difusos del crescendo, palpitan en un latir rítmico que definitivamente, contrasta con la música de afuera, tras las murallas de mis oídos.

Los pasos me llevan la delantera, mi cuerpo es un vaivén de sonidos inconclusos y me traslada por el pentagrama aéreo ante la virginidad que ofrece la mañana invernal limeña. Intento subir rápidamente, con la mirada pérdida en el vértigo de mis propios pensamientos y los veo, me sorprenden con sus miradas rencorosas... la última pero quizás una más en la larga lista... no se extinguieron ayer, están tatuadas en su piel... encarnadas... esas marcas moradas que sonrién clandestinamente, como riéndose, en las orillas del rozar blanco.

Las miro atentamente, las analizo... las desmenuzo hasta ser parte de ellas... se escabullen lentamente de sus dueños y jugamos como niños en una orquesta desenfrenada, en do re mis desentonados ... somos uno sólo, perdidos en un mar morado moderadamente prudente, ahogándonos entre tanta tinta líquida ... ahí los idealistas moribundos, remando sin destino y refugiándose en tus manos, en la turbulenta marea que emerge de tus venas... ahí sin orilla alguna, desamparados, tristes manchas esperando ser parte de un color, de un matiz, de una realidad.

Uno, dos o tres sellos en el papel pueden hacer o no diferencia... un mar arremolinado gimiendo por un cambio, una verdadera revolución.

La última marca está consagrada, impregnada en el fondo de la piel... de lo conocido y de lo que aún queda por conocer.

Abro los ojos intempestivamente, la brisa miraflorina logra sacudirme un poco las entrañas... algunos se han ido y otros nuevos los reemplazan, nuevas sombras multiformes y aún falta mucho para la meta, una lucha contra el réloj constante, ya son parte mía.


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